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La vida líquida La vida líquida
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Raquel Fuertes
Hay conceptos que de pronto irrumpen en las conversaciones y se quedan a formar parte de eso que llamamos imaginario colectivo. El marketing líquido o las relaciones líquidas son un ejemplo de esas sumas de adjetivo y sustantivo con el que llenamos charlas de bar o reflexiones profundas (como si las primeras no lo fueran…).

Esta semana venía pensando (esta columna pueden ser 20 minutos de ordenador, pero lleva horas de trabajo subconsciente o semiconsciente) en que la vida es líquida. No es tan intangible como el aire, pero tenía razón Jorque Manrique al describirla como un río. Después recordé otras afirmaciones del tipo be water o alusiones al dejar fluir que me dejaron constancia de que no he hecho ningún descubrimiento y que muchos más han pensado antes que yo la dificultad para poseer de cualquier modo algo tan nuestro como la vida. Hay momentos muy puntuales en los que creemos que todo está bajo nuestro control.

Si coincide con un “todo está bien” es ya extraordinario. Pero incluso eso es una ilusión porque, en realidad, nunca somos dueños más que de un instante. Ni siquiera es razonable aspirar a ser el tronco que queda un rato en el remanso esperando que un golpe de corriente reanude el recorrido. Es todo discurrir, todo es trayecto hasta que llegamos al ese destino que algunos piensan que está escrito y que otros sólo ven como un inevitable final.

Quizás por eso nos aferremos a los recuerdos, aniversarios, fechas, rememoraciones… Dejamos que la memoria y el recuerdo se conviertan en nuestro único patrimonio mientras la vida sigue discurriendo por cauces que a veces nos sobresaltan y en el que nos vamos encontrando con otras corrientes que se suman a nuestro trayecto, creando caudales más amplios que nos hacen sentir más felices y seguros. Llámenlo familia. O amigos.

Son esos encuentros, algunos temporales y otros hasta destino, los que hacen que esta liquidez en la que nada tenemos y nada somos valga la pena. Que los sobresaltos, amarguras, sinsabores, disgustos y tristezas merezcan la pena depende en gran medida de las corrientes que se hayan sumado a la nuestra dándole sentido a la vida. O de las corrientes que creamos y dejaremos aquí cuando nos vayamos. Llámenlo legado. O hijos.