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La pastilla roja La pastilla roja

La pastilla roja

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Javier Lizaga
Caminar en contra dirección es, a veces, la línea más recta. Mirar a la cara a la felicidad, y ponerla en duda, no creértela. Como ese beso mientras deletreas adiós, como esa fiesta, mientras la casa se cae por dentro, como ese “te lo mereces” que colma de angustia, o la muerte que trae su miserable alivio. Tanta complejidad tienen los sentimientos que cabe sentenciar que “no hay algoritmo más exacto que el dolor” y que la felicidad miente por nosotros.

Podría vivir en las verdades que caben en una canción de Leiva. Como las pelis donde los buenos sólo se ponen de acuerdo segundos antes de morir. La empatía es una heroicidad. Su última canción Caída libre, a dúo con Robe, es un grito. Al menos, para quienes nos hemos refugiado en la cueva del “tendrá que ser así”, cuando el ruido mental parece la lluvia en una película muda, cuando la boca te sabe a ansiedad. 

Decía Wittgenstein de su Tractatus que era una escalera de enunciados sin sentido que había que subir, y luego darle una patada. Para tener una visión correcta del mundo. Nada tiene más sentido que lo que dejó de tenerlo, que las ideas que nos acechaban hace un rato. Como dice el poeta, una nube basta para que el sol desaparezca. Deberíamos tomar nota. Mejor que los mensajes de autoayuda, aprender a correr bajo la lluvia. 

Por eso se agradece a Robe, reconfortante como un rayo de sol. Como Leiva, tampoco sé muchas veces detrás de que mueble está lo que he perdido, como dice un verso de una canción que rima con el fracaso, el lugar de donde todos venimos. Porque tampoco me reconozco, otro verso, quizá porque el reflejo es un chaval que no sabe donde va. Y que se agarra, hace días a una mano pequeñita y a unos ojos que brillan. Y que piensa que los valientes son otros, los que parecen dudar, los que tienen la cabeza llena de pájaros, los que sufren, porque son verdad, porque enfrentan a gigantes, porque Robe y Leiva están con ellos.