En el cajón de la mesita guardaba las monedas justas para la compra pensada, para el regalo, aunque no está del todo convencido de que sea una buena idea tener ese gesto .
Lleva un tiempo dándole vueltas a esa sensación que le ocupaba muchos ratos muertos, de esos que tanto empiezan a abundar ahora; pocas cosas le reclaman una atención prolongoda y es que antes, hace unos tres o cuatro años tal vez no más, el día se le quedaba corto, siempre tenía algo en qué entretenerse, todo era nuevo para él y las apetencias no tenían final, era un deleite continuo, aunque fuera con lo que ahora le parecen chorradas.
Precisamente ahora, entre la dificultad creciente de las tareas escolares y esa pereza impenitente que le carcome por dentro, está como despistado, desganado y, muchas veces, también de mal humor. Hay, no obstante, una intención por encima de todo lo demás: tiene que entregarle su regalo. ¿Razones?, pues que le apetece, vaya, quiere enviarle una señal para que se fije en él y se dé cuenta de que no es uno más entre la marabunta que la rodea.
No se le ocurre por ahora ningún otro gesto para que sepa que es especial, que hace varios meses que busca su compañía porque se siente bien, sin más. No acaba de ser él, no lleva bien esa sensación como de pérdida de no sabe bien qué.
Todo lo que le rodea está como siempre lo ha conocido, le gustaría que sus padres y alguno de sus amigos fueran un poco más comprensivos, que su perro no le reclamará tanta atención. ¿Y si le escribiera algo?. Decirle, lo que es decirle, no lo contempla, no sabe cómo abordar esto que le inquieta tanto.
La mira mucho, hasta escucha cómo le habla de cosas que si no fuera porque salen de su boca, jamás les prestaría atención. Y luego están esas ganas de sentirla cerca, y serenar un poco esa furia interior que tanto le carcome. No es de mucha poesía porque se ve incapaz de reproducir eso que ha leído y que tan fácil parece en las películas. Los adultos tienen que haber pasado por lo que él está sintiendo, seguro, pero no le sale hacerles preguntas a los más cercanos.
Sabe cómo se llama lo que le ocurre, lo intuye, pero es tan ridículo, tan estúpido, que igual es mejor utilizar esas monedas de la mesita en chuches para su hermano.