

Lo señalaban los antiguos romanos con fina ironía: “Si no cuentas con un amigo que te diga tus defectos, paga a un enemigo para que lo haga”.
La frase no tiene desperdicio.
Hoy quiero hablarte precisamente de eso: de la crítica. De la auténtica.
De la que no viene de la envidia ni del rencor, sino de la lealtad y del aprecio sincero. Algunos la llaman feedback o, por decirlo en castellano, retroalimentación. Que también hay que subrayar las cosas positivas.
Pero, ¿sería leal que nadie tuviera el valor –o la honestidad– de decirte lo que cree que estás haciendo mal? ¿Es verdadero amigo quien nunca te lleva la contraria? Les pasa a muchos dirigentes políticos: quienes les rodean (y normalmente comen gracias a ellos) se hartan de decirles lo “rubis, altos y guapos” que son. Y los “ojos azules” que tienen. Así que muchos prebostes acaban con lo que se llama “el síndrome de La Moncloa”, aunque no la hayan pisado. O sí.
Yo lo tengo claro: me gustan las personas que no solo analizan, sino que se atreven a advertirte cuando creen que tu rumbo yerra. Que lo hacen, eso sí, sin humillar, sin altavoz, sin superioridad. Con respeto, pero con claridad.
Desde esa lealtad, toda crítica –acertada o no– es útil. Al menos para detenernos, reflexionar, y preguntarnos si hay algo que podemos mejorar. Y casi siempre puede haberlo. Nadie tiene siempre la brújula ajustada del todo.
Hay una frase que quizá hayas escuchado: “Un verdadero amigo es el que te dice las cosas de frente y te defiende por la espalda”. Me parece una frase brutal. Nada que añadir.
Alguien que actúa así te está demostrando algo muy valioso: que le importas. Que no “pasa” de ti. Que no te observa desde la grada, sino que baja al campo para ayudarte a que sigas mejorando tu juego.
Sea un padre, una madre, un docente, un compañero de trabajo o un amigo de toda la vida, quien te corrige con cariño, te ayuda a crecer.
Quien no lo hace, te limita. Porque sin esa información… ¿cómo virar el rumbo? ¿Cómo aspirar a hacer las cosas mejor?
Habrás visto que no me gustan los entornos donde reina el “todo bien”, el silencio cómodo, la palmadita fácil.
Prefiero -y así se lo planteo a mis colegas de CampusHome- rodearme de personas que se atreven a decirme lo que quizá no me guste oír, pero que me lo dicen con respeto. Para ayudarme. No para juzgarme.
Quienes trabajan conmigo, quienes me acompañan, lo saben: yo pido esa lealtad. La necesito. Y la agradezco. Y la practico también con ellos. Porque quien te quiere de verdad, no te deja ir hacia el precipicio en paz.
Tal vez por eso valoro tanto una frase que le escuché a un formador hace años: “Corrige quien espera algo grande de ti”.
Yo también espero cosas grandes de muchos de quienes me rodean. Y cuando ellos esperan algo de mí, sé que su crítica (por desprestigiada que esté la palabra) es la mejor señal de confianza y de lealtad.