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Vuelta al jamón Vuelta al jamón

Vuelta al jamón

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No tengo hijos, no he escrito un libro, no he plantado un árbol. Cumplo 40 el miércoles y solo pienso en todas las cosas que me quedan por hacer y en esas malditas páginas que te piden “seleccione su rango de edad” y de repente aparece la casilla “entre 40 y 55”. ¡Por favor! ¡No me sienten, aún no, con todos esos vejestorios!

Estoy justo en ese momento en el que, año arriba, año abajo, se le da la vuelta al jamón. Si todo va bien, ya he vivido la mitad de lo que voy a vivir. La vida… ¡Ay, la vida! La vida que uno acaba teniendo es tan distinta a la que había imaginado…

Lo verdaderamente obsceno de llegar a los 40 es saber que, justo ahora, te separa la misma distancia de los 20 que de los 60. ¿Cómo te quedas? También me perturba la terrible idea de no volver a ser una joven promesa nunca más.

La primera vez que me llamaron señora lo llevé con cierta dignidad y aun hoy no me molesta, porque todavía me siento joven, a veces la más joven del lugar en el que esté, aunque realmente ya no lo sea.

Esto de qué edad tienes y tú cuántos me echas es un permanente sin vivir. Porque hay días donde el desasosiego me atrapa y me identifico con una señora de 80 años: arrastro los pies y voy de la cama al sofá y del sofá a la cama. Otros, sin embargo, me levanto como una joven de 18 y salgo por la puerta como entran los toros en la plaza. ¿Esto también es cosa de la edad?

En algún lugar leí que la mejor manera de conocerse a uno mismo es escribiéndose y luego leyendo en voz alta lo que te has escrito. No sé si será verdad, pero si algo he aprendido a mis 40 es que si quieres respuestas, debes hacer tú las preguntas.

A veintitantos, me creí que el mundo giraba a mi alrededor y yo no me sentía, sino que era alguien especial. A estas alturas, soy consciente de que ocurre justamente al contrario: soy un simple hámster en una rueda en la que corro y corro sin llegar a ninguna parte.

Antes solía vivir con miedo de parecer estúpida si no sabía algo. Una de las cosas más gratificantes que he descubierto es que no pasa nada malo si dices que no sabes algo ni por dejar un libro a medias. También los años te enseñan que las decepciones son la forma que tiene la vida de ir haciendo limpia.

Mi FOMO (lo usan los jóvenes, y en inglés significa ‘miedo a perderse algo’) se está transformando lentamente en FOGO (también es un palabro en inglés y significa miedo a salir). Vamos, que antes no entraba y ahora no salgo de casa. Esto les aseguro que no lo vi venir.

Visto con la distancia que te proporciona el tiempo, se romantiza el pasado tanto que creemos que cualquier época pasada fue mejor, por muchas sesiones de coach que escuchemos para conectarnos con el aquí y ahora.

La felicidad viene a ser un paraíso perdido que jamás volverá, que permanece escondido en la memoria y que de vez en cuando alguien desempolva. En mi caso, son las amigas de toda la vida las personas que saben cosas de mí que yo ni siquiera recuerdo.

A esta edad es casi imposible quedar con los de siempre, pero este año, con la excusa de darle la vuelta al jamón, nos conjuramos para vernos un fin de semana nosotras solas, sin maridos y sin hijos. ¡Y lo conseguimos!

En el tren de vuelta, apunté “volviendo del paraíso” en la libreta de las cosas importantes. No miento, porque yo la gloria la alcanzo cuando estoy con las mujeres con las que viví absolutamente todo por primera vez en la primera etapa de mi vida. Si algo he aprendido al llegar a los 40 es que tus amigos serán uno de tus verdaderos romances y que esa raíz nunca se secará.

La vida, eso que pasa mientras lee esta columna, es implacablemente divertida, jodida y esperanzadora. Así que sé amable, sé honesto, sonríe siempre y no deje que nadie le perturbe con eso de que a su edad ya debería tener hecho esto o aquello. Yo hoy soy más vieja que nunca, sí, pero me parece que todo está empezando.