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Empleados públicos

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La sociedad no le da al empleado público la relevancia que realmente tiene. Se lo oí hace unos días a un currito de Correos que retrasó voluntariamente sus vacaciones cuando Pedro Sánchez convocó las elecciones generales.

Desde el día que  29 de mayo lleva trabajando como una bestia para repartir centenares de votos por correo a los españoles que lo han solicitado. Va a su casa y, si hoy no estás, intentan entregárselo de nuevo más tarde. Le repatea que luego le digan que vaya vidorra que se pega.

Fue el periodista del Romanticismo Mariano José de Larra quien popularizó el término Vuelva usted mañana que el común de los mortales utiliza para remarcar la lentitud de la burocracia, que las cosas de palacio suelen ir demasiado despacio. A pesar de la mala fama que sobrevuela sobre el trabajo que desempeña el empleado público, lo cierto es que la gran mayoría ejerce una faena intachable, casi siempre en silencio y también sin quejarse.

Después de aquella conversación, le di vueltas al tema y comprendí que gran parte de nuestro bienestar depende de lo cerca (o lejos) que estemos de un empleado público. Porque empleado público es el maestro que educa a nuestros hijos, el que le mete el gusanillo por las matemáticas o la Historia o la Lengua, el que le enseña a leer y a escribir y los convierte en unos tipos extraordinarios, con inquietudes y sueños. ¡Cuánto le debemos a nuestros maestros de la infancia!

Empleado público es también la técnico en educación infantil a la que dejamos nuestros bebés cuatro meses después de haber parido. Porque eso de la conciliación, ejem, está en boca de todos ahora en campaña, pero la realidad es que nuestros retoños pasan gran parte de sus primeros años de vida con esas empleadas públicas a las que le debemos tanto.

Empleado público es el bombero que boxea contra el fuego que devora La Palma, la isla más bonita de las Canarias, castigada por la erupción de un volcán y, ahora, calcinada por un incendio macabro.

Empleado público es el auxiliar que viste cada mañana decenas de camas en los hospitales para que nuestros enfermos se sientan como en casa. Y la enfermera que se arriesgó a contagiarse de covid por cuidarnos en los hospitales, incluso poniendo en peligro su propia vida. Y el médico que salva a una persona en una operación que se alarga durante horas.

Empleado público es el conductor que recoge a la abuela en casa y la traslada hasta el centro de día y los trabajadores de las residencias que cuidan, escuchan y acompañan a los más mayores en la etapa final de sus vidas. La matrona que ayuda a una madre primeriza a dar a luz y le
presenta por primera vez a su hijo. Y el oncólogo que acompaña e insufla ánimo durante el tiempo que se alarga la temible enfermedad.

Empleado público es el guardia civil que vela por que nos sintamos seguros caminando por nuestras calles todos los días de la semana y el policía que es capaz de detener a tiempo a alguien que iba a cometer un delito. También son los que que conforman el buque insignia del Centro Nacional de Inteligencia, con trabajos tan complejos como desactivar atentados terroristas.

Empleados públicos son los jueces y fiscales que dedican horas de su vida y de su sueño a intentar impartir justicia, aunque no siempre lo consigan. También los funcionarios de prisiones que corrigen la conducta de los presos y los reeducan para que vuelvan a vivir en sociedad y los técnicos de Hacienda, obsesionados con evitar los fraudes fiscales y detectar todo el dinero negro que salta de bolsillo en bolsillo.

Empleados públicos son centenares de miles de curritos que se levantan cada día muy temprano para sacar adelante este país y que, con un trabajo tenaz, silencioso y firme, tejen una red invisible de bienestar y seguridad que convierten a España en lo que es: uno de los mejores países del mundo.