

A Jacinto Benavente, le hicieron notar que él hablaba siempre bien de Valle- Inclán, mientras que éste lo ponía a él a caldo. Benavente, con esa ironía que le caracterizaba, señaló: “quizás los dos estemos equivocados”. En una sola frase: elegancia, inteligencia y, quizá, un poco de irónica resignación.
El que fuera premio Nobel de Literatura, sabía lo que decía. Y también lo sabía otro referente del pensamiento, esta vez más lejano en el tiempo: Sócrates. A él no lo premiaron con medallas, sino con cicuta. Pero no fue por hablar de más. Aunque quizás sí… por hablar con demasiada claridad.
De Sócrates se recuerda una enseñanza muy sencilla, que en tiempos de redes, tertulias y conversaciones de barra debería colgarse en más de una pared (o en más de un grupo de WhatsApp). Me refiero al famoso criterio de los tres filtros, que él recomendaba aplicar antes de hablar de alguien:
¿Estás seguro de que lo que vas a decir es cierto?
¿Es algo bueno?
¿Es necesario contarlo?
Tres preguntas sobre las que hablábamos hace unos días en una charla en CampusHome. Tres filtros. Y cuántas veces los ignoramos. A veces hablamos por inercia, por rutina, por llenar el silencio… y otras, por algo peor: para criticar, para cotillear, para opinar sin datos, o… sin necesidad. Hablar por no callar, que se dice.
Y no es que haya que vivir callado. Ni que haya que rehuir las conversaciones difíciles. Al contrario. Hay verdades que deben decirse. Pero entre eso y lanzarse a la piscina de la verborrea -sin agua, sin datos y sin flotador- hay un buen trecho.
Hoy en día, en plena era de la comunicación, no siempre hablamos mejor: a veces solo hablamos más. O más alto. El volumen ha subido, sí, pero no siempre la calidad. Hay quienes viven opinando de todo -con tono doctoral, además- sin haber leído más que titulares. Y si pueden hablar de alguien, mejor que mejor. Aunque no lo conozcan. Aunque no venga a cuento. Aunque no les conste nada.
Por eso conviene recuperar a Sócrates. Y, por qué no, a Benavente.
Hablar bien de otro, incluso aunque no hable bien de ti, es un acto de libertad. Y de estilo. Decir lo justo, en el momento oportuno, es una muestra de madurez. Y callar cuando lo que uno va a decir no es cierto, ni bueno, ni necesario, es una victoria.
En tiempos de tanto ruido, el silencio prudente puede ser revolucionario. Y la palabra justa, un verdadero lujo.
Así que, si alguna vez dudas entre hablar o callar… aplica los tres filtros. Si lo que vas a decir es verdadero, útil y bueno, adelante. Si no… quizás merezca la pena dejar que hable el tiempo. O el silencio.
Y recuerda: también se puede brillar… sin hacer ruido.
El hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios, que decía Aristóteles. Otro sabio.