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Ordenar el caos Ordenar el caos

Ordenar el caos

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Javier Silvestre

Entre pandemias y coincidencias con la Vaquilla hacía más de cinco años que no estaba en las Fiestas del Orgullo de Madrid. Y no sé si debe de ser la edad, pero como diría aquél: “Esto ya no es lo que era”. Más allá de las miles de personas que lo colapsan todo, del calor infernal durante el día y el biruji que sopla repentinamente en la noche, de las colas para comer, beber y miccionar… el principal cambio que le he notado a esta celebración ha sido el excesivo empeño en ordenar el caos. Voy a tratar de explicarme...

Todo el centro de Madrid se ha convertido este año en una suerte de gincana humana. Para llegar desde un punto A a un punto B hay que tener nociones de explorador y grandes dosis de paciencia. La policía tiene cortadas, segmentadas y delimitadas ya no sólo las zonas de conciertos sino barrios enteros. Y poder acudir a un punto en concreto para encontrarte con alguien acaba siendo misión imposible de no ser que tengas la suerte de dar con la calle abierta, en el sentido correcto y en el momento oportuno.

Les voy a poner un caso práctico pero trasladado a Teruel para que me entiendan. Imaginen que en la Vaquilla están ustedes en la plaza de San Juan y han quedado para un remojón en el Torico. El trayecto lógico sería una línea recta. Pues bien, empiezan ustedes a caminar y se encuentran en el acceso a la calle de San Juan un control policial que les dice que el sentido es de subida y que tienen que acceder por un lateral. Deciden bajar por el Óvalo para intentar encarar la calle Nueva pero a la altura de la Glorieta hay otro cordón policial que les impide el paso porque el aforo está completo.

Bueno, nada. Será por alternativas… Probaremos a callejear por Tomás Nougués, la plaza Bretón y la calle Amantes. Pero a mitad de camino les dicen que ese acceso es sólo para emergencias y que la calle de entrada al Torico es el Tozal, eso sí, cuando se vacíe un poco la plaza. Dos horas más tarde y hartos de empujones, codazos y colas, por fin acceden al centro de la ciudad. ¿Y qué es lo que se encuentran? Pues que la plaza está relativamente vacía.

Todo tiene una explicación, claro. Aforos, seguridad para los asistentes, evitar tumultos, etc. Pero no me negarán que tanto control le borraría encanto a nuestra fiesta. Pues eso es lo que le está pasando al Orgullo de Madrid: que está muriendo de éxito. Lo que antes era un ir y venir por las calles libremente, encontrándote con amigos y desconocidos en cualquier plaza, con música en todas las esquinas y con ese incivismo puntual que al día siguiente permitía cuantificar lo sucios que seguimos siendo ha desaparecido por completo. Y sé que es impopular lo que voy a decir pero se echa de menos.

Fue Botella la que sacó el desfile de la Gran Vía por motivos de seguridad (evidentes dada la aglomeración). Fue Carmena la que limitó los aforos en las plazas.

Y es Almeida el que ha convertido las calles de todo el centro en carriles unidireccionales imposibles de sortear. Así que esta celebración ha pasado de ser un “ir al Orgullo” a un “intentar llegar al Orgullo”. Y resulta curioso que todo este orden se dé en la fiesta más multitudinaria de Madrid (por las siempre más que comprensibles razones de seguridad) pero que luego no se aplique en otras celebraciones como las Fiestas de la Paloma, donde conseguir tomarse una caña en ciertas calles de la Latina está directamente reñido con el acto vital de respirar.

Será que tenemos genes vaquilleros y, de vez en cuando, nos gusta el desorden y el caos. Será que hay ciertas celebraciones que pierden toda su magia cuando se regulan.

Será que cada día perdemos un poquito más de libertad bajo la premisa de la seguridad y el civismo. Espero que jamás, en mi Vaquilla del alma, tenga que hacer una gincana con la charanga para llegar a un remojón… Aunque visto lo visto, lo de limitar aforos en el pañuelico podría ser una realidad en cualquier momento. Este año llevaremos vasos reutilizables todos los peñistas: “un paso más hacia el sometimiento”, pensarán algunos; “la evolución lógica y sostenible de las fiestas”, dirán otros. Disfruten de la celebración como quieran pero, por favor, no traten de ordenar el caos porque nos cargamos la esencia de la Vaquilla.