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El sol del membrillo, 1992, el sosiego de una pincelada El sol del membrillo, 1992, el sosiego de una pincelada
Acuarela membrillos en el árbol por Hernández-Gracia

El sol del membrillo, 1992, el sosiego de una pincelada

Dirigida por Víctor Erice: arte dentro del arte con el pintor Antonio López
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Javier Hernández-Gracia

A costumbrados como estamos a todos los enunciados clasificatorios del cine, acción, terror, comedia, negro, histórico y ese largo etc. que va de Javalambre hasta la Antártida; quizás estamos ante la película más representativa del cine de sosiego, también de la pausa como conexión con el espectador y sobre todo de un cine de autor donde más allá de lo que el director ennoblezca este concepto, el protagonista y el arte que éste tiene consagran dicha consideración.

Antonio López es sin duda uno de los artistas más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en la película no se nos representa como un señor, ungido por la obra y gracia del Espíritu Santo, al contrario, es un hombre con una edad concreta que se refleja perfectamente en la pantalla, un hombre con su mirada, con sus manos, y que con su oficio, elabora arte en este caso el difícil brete de pintar un cuadro. No hacen falta grandes efectos especiales ni planos en picado, no hace falta una escenografía virtual, es la vida misma su casa/estudio y el membrillero, por ello el espectador asiste en gran pantalla a la creación de arte en el sentido más real, sin artificios ni grandilocuencias.

Cámara y pinceles

Probablemente una de las virtudes de cada secuencia, es que sin prisa, asistimos a todo el ritual del pintor, a lo que en cierta manera se llama proceso creativo, al que los artistas llaman ponerse a cocinar; así en cada imagen asistimos a todos los pequeños y grandes detalles del oficio de pintar, a los útiles que acompañan al pintor, los pinceles, la adecuación del lienzo, los momentos de observación la percepción del artista en el cambio que la luz opera e incluso el final de la sesión de trabajo porque la composición se ve afectada por el giro de las sombras.

Todo en el ambiente donde el artista desarrolla el trabajo, un dialogo entre Antonio López y la obra que no ocupa un lugar selecto, ni un decorado para la ocasión, un taller sencillo en el centro de Madrid, donde se percibe el ruido de la ciudad, y la atmósfera de la gran urbe. Esa es precisamente una de las cosas que llama la atención de la película, como Víctor Erice no impone un rodaje al uso, de estudio y efecto, respeta el lugar donde el artista hace su trabajo, que en este caso es cómplice de un árbol presente en el modesto patio de su estudio.

Retrato de López a lápiz compuesto 2015. J.H.

En 1992 todavía estábamos lejos del impacto global de las redes, pero bien es cierto que sin una omnipresencia multimedia, la imagen a través de la televisión tenía poder, conviene recordar que la pintura es un arte mucho más longevo que el cine, por eso esta cinta acierta cuando presenta al artista y su obra, sin artificios, con reflexiones en voz alta, con miradas al árbol del que se quiere hacer una obra y de ese misterio audaz, consistente en que un hombre que no es actor cuente las cosas con la claridad de no querer actuar, sino de ser tal cual es.

Pintar la persistencia

A la crítica y al mundo de la prensa en general, esta película les pilló con el pie cambiado, alguno en un acto poco reflexivo se limito a tildarla de documental. Erice conoce de cerca a Antonio López en 1990 y con él comparte una serie de trabajos del autor en la ciudad de Madrid, López le confiesa que quiere pintar un membrillero que hay en el jardín de su estudio, de dicha conversación nacerá el proyecto, para el que Erice apenas esboza líneas sueltas de guión; un proyecto con escaso presupuesto y una limitación más que evidente en cuanto a medios técnicos.

La película configura, en parte por sus resultados y en parte por la resultante del encuentro entre el cineasta y el pintor, un evidente rara avis en el cine español y posiblemente una de las producciones más vanguardista filmadas en la España de los noventa, y eso que no ha tenido la presentación ni el ruido ni el marketing habitual en los proyectos rompedores, estamos más bien en un viento fresco y aportación sustancial en la búsqueda de opciones de vanguardia del cine cercano. Para entender el presente del cine, es conveniente y saludable ver el cine de un pasado nada lejano y que en este caso que nos ocupa tanto enseña.

El sol del membrillo es sobre todas las cosas un ambicioso proyecto artístico, premiada por el jurado en Cannes y en Chicago con el prestigioso Hugo de oro, está considerada como una de las películas de referencia de su década. En 2017 veinticinco años después de su estreno, el Festival de Cannes, la volvió a proyectar en su sección de cine clásico, presentándose una copia restaurada y ya digitalizada por la Filmoteca de Catalunya bajo la supervisión del propio Erice.

El manchego del realismo

Nace Antonio López en Tomelloso, el pueblo donde se desarrollaba en 1972 la serie Plinio, un policía local que resolvía crímenes y que interpretaba Antonio Casal. De familia de agricultores era sobrino del también pintor Antonio López Torres, pintor realista que influyó en la vocación artística de su sobrino. Si algo deja entrever la cinta de Erice, es ese Antonio López que vuelve en cierta ensoñación a su infancia, a los primero descubrimientos en el proceso iniciático de la vida.

Ya en la fase adulta, López mira el pasado desde los años vividos, y percibe que es una fuerza entendida como preparación y no como renuncia a esa niñez pretérita; como pintor su obra nos enseña la importancia de la luz y el color, el uso de ambas para plasmar en el lienzo la entraña del artista, y esa es probablemente una de las materias que mejor transmite las secuencias de la película, como la luz, que es la vida afecta a la obra de arte.