

Groucho Marx soltó una de sus perlas: “Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”. Directo, irónico… y, desde luego, no muy cortés.
Jean de La Bruyère, ya sin sarcasmo, definía la cortesía como el arte de hacer que los demás queden satisfechos de nosotros y, sobre todo, de ellos mismos.
Y es que los pequeños gestos importan. Amabilidad, atención, afecto… Esas cosas que no cuestan nada y, sin embargo, muchas veces escasean.
Más de una vez hablamos en nuestro día a día sobre la importancia de los pequeños detalles. Pero una cosa es decirlo y otra aplicarlo. A veces toca hacer autocrítica: “Necesito mejorar”. ¿Te ha pasado?
El detalle que no vi venir
Mi mujer no va mucho a la peluquería, pero cuando va, espera que lo note.
“Mírame, ¿no notas nada?”.
Uno hace un barrido visual rápido y empieza a mencionar: vestido, pendientes, reloj… Nada. Hasta que llega el momento incómodo: “era el pelo”.
A veces ni siquiera pregunta. Simplemente espera… y se da cuenta de que nadie se ha dado cuenta.
Así que tomé una determinación: “Cuando me diga que va a la peluquería, me lo grabo a fuego. En cuanto vuelva, se lo menciono”.
Dicho y hecho. Me dijo: “Me voy a la pelu”. Y cuando regresó, fui rápido:
"Qué guapa estás. Te han dejado genial en la peluquería."
Su respuesta: “Estaba cerrada”.
En mi cabeza resonaron dos palabras. No eran “tierra, trágame”, pero casi… Qué desastre (también son dos).
La automatizaciónde la cortesía
Hace poco, mi amigo Martín, ingeniero informático en CampusHome, me contó una historia curiosa.
Un amigo, en una empresa, había automatizado todo su trabajo. Hasta el punto de programar un email para su mujer que se enviaba solo si pasaban las ocho de la tarde y su ordenador seguía encendido: “Cariño, hoy me retraso en la oficina”.
Lo pillaron porque un día no fue a trabajar… y todo siguió funcionando igual.
El jefe no sabía si despedirlo o subirle el sueldo. Él insistía en que automatizar no significaba no trabajar.
Pero volvamos a los pequeños detalles.
La cortesía en las palabras
Tengo otro amigo que, cada vez que me escribe un correo, empieza con:
“Estimado José, espero que estés muy bien”.
Algunos pensarán que lo tiene preconfigurado en su ordenador o en la IA, pero yo sé que lo lleva en el corazón.
Es agradable recibir un mensaje con ese tono. Y que termine con “un abrazo”, o “un saludo cordial”.
Porque, como decía alguien, “la cortesía es como el aire en los neumáticos: no cuesta nada y hace más confortable el viaje”.
Pero sigue habiendo quien no se entera. Eso sí, en sus correos queda bien claro su cargo. Ministro, CEO, o lo que toque.
No es que sobre, pero… la ausencia de “un saludo” dice mucho más que cualquier título.
Así que, por si acaso: un abrazo.
Ah, y por cierto… ¡qué bien te han dejado en la peluquería!