Don Francisco Franco Bahamontes era un escritor aficionado de la localidad de Salcedillo que siempre, siempre, siempre, firmaba con pseudónimo sus obras. Su marcado interés por la novela de acción, la historia o los relatos del género negro hacía que colaborase allá donde lo llamaran. Y es que el bueno de Don Francisco Franco Bahamontes era un romántico que no sabía decir que no, un alma libre que buscaba evadirse de las soleadas tardes de verano inventando la historia que por fin le hiciese famoso y digno de una calle en el pueblo.
A Don Francisco Franco Bahamontes le pidieron un buen día escribir un relato de entre cinco mil y seis mil caracteres para el periódico provincial. Con una pequeña introducción literaria y una descripción breve de sus intenciones ya podía llegar a los ochocientos veintitres caracteres sin prácticamente haber dicho nada. Este relato era su pequeña oportunidad de salir más allá de las líneas de las revistas comarcales y las antologías editoriales que publicaban siempre previo pago. O a cuenta, pues un libro de relatos donde aparecen veinte escritores noveles te asegura una venta, entre primos, cuñaos y amistades de unos cien libros que, posiblemente, sean los que se vendan y los que logren amortizar la inversión del editor, que con autobombo podrá decir que colabora en la promoción de nuevos talentos.
Era pues, ésta que le ofrecía el periódico, una oportunidad para un escritor que solo había aspirado a jugar en la regional, entre veladas trágicas compuestas tan solo de una cena frugal (frugal es una palabra que queda bien en cualquier relato) y un vaso de vino del Tío Chicote, que se había puesto viña y no tenía dónde colocarlo.
Don Francisco Franco Bahamontes es un nombre con mucha fuerza literaria y simbólica que cuenta con treinta y un caracteres. Repetido con cierto gusto poético, a modo de anáfora, puede ocupar la friolera cantidad de ciento veinticuatro caracteres cuando ya se llevan mil novecientos ochenta y dos caracteres sin necesidad, insisto nuevamente, de haber contado nada de nada.
Y esto nos envuelve en una espiral metalingüística, pues a Don Francisco Franco Bahamontes, en realidad, no le ha pasado nada de importancia durante el último año, salvo un par de visitas al médico a Teruel, los mágicos sucesos del septiembre pasado por las salinas de Armillas (de los cuales todavía hay un silencio sepulcral en toda la comarca, a pesar de la intervención, por todos sabida, de Guardia Civil y obispado) y una transición discreta y sin aspavientos de posturas políticas conservadoras a otras más bien liberales, pragmáticas y egoístas.
Lo que no cuentan de Don Francisco Franco Bahamontes en sus colaboraciones es su edad ni residencia. Sencillamente, aunque a veces dude de si incluye dichos datos, los suele obviar. Dice que para no influir ni positiva ni negativamente en la selección de los textos por sus editores.
Henos aquí, recordando ante esa mesa frugal, ante esos sucesos nunca resueltos, ante esas dudas existenciales, en una encrucijada absoluta, en una parsimoniosa repetición secular... Un escritor que quiere serlo, y una máquina que hace las veces de papel y tinta donde plasmar la excepcional calidad en potencia, lo mucho que vale uno, lo necesario de impulsar, por fin, sus excepcionales dotes y abandonar así el anonimato.
Se duda entre escribir ficción o retocar algunos sucesos personales, dada su edad, abundantes en tiempo aunque no en número, para así permitir un conocimiento más exhaustivo de los lugares y la psicología propia de los personajes. Duda en introducir también algunos hechos reales que apunten también a la comedia, para restar protagonismo a esa tragedia que es la vida del que, teniéndolo todo, no consigue una oportunidad. Como aquella vez que estuvo festejando a la zagala del alcalde de Segura. No logró cuajar la relación, y eso que había tierras y tractor de por medio. El alcalde, del PSOE cuando todavía era un partido de izquierdas, se asustó y mantuvo las distancias de su posible yerno. Hizo mucho, hizo poco, pero aquello tenía poco futuro y la moza, que estaba de muy buen ver, acabó haciendo, como tantos, las maletas a la capital. Don Francisco Franco Bahamontes podía hablar también de su adolescencia en el internado de Zaragón. Igual el internado era una buena localización para una buena historia. Se trataría de indagar un poco, poner en orden los sucesos y anécdotas y, sobre todo, meter algún muerto de por medio, y algo de sexo. O quizás una desaparición, sería cuestión de ir tirando del hilo de los recuerdos. Aunque lo que más recordaba era la risa de los cuarenta y dos compañeros de clase al pasar la lista el hermano de turno:
¿Francisco Franco?
¡Presente!
Don Francisco Franco Bahamontes mantuvo alto el nivel de sus vicisitudes con el destino, y quería prosperar como prosperan los genios: ¿esperando la muerte para ser considerado? ¿esperando la muerte para que el cura de Vivel, que lo que le sobra son pueblos y le faltan beatos, diga lo bueno que fue en vida?
Desconocen los lectores la gran dificultad de convertirse en el escritor de referencia si vives y estás censado en un pueblo de Teruel. Otra cosa sería que hubieses triunfado antes en la capital. Y que, con la tontería esa de los hipies neomodernos, recales en Salcedillo buscando tranquilidad y paz. Eso es distinto. Eso es moda y tontería. Gilipollez neourbanita que puede darte seguidores y abrirte puertas en el mercado de la España Vacía.
Quizás lo mejor sería indagar en los sucesos de Armillas, si les parece; qué paso, qué andaba haciendo el cura, qué pitos tenía que ver la Guardia Civil, si el Baudelio el catalán tenía fondos para localizar allí su arsenal, si lo que luego ocurrió, con cierta inventiva local sobre seres extraños y fortalezas secretas, tenía su parte de cierto...
Pero bueno, eso ya, si les parece, lo dejamos para otro día.
Atentamente, el Caudillo.
A Don Francisco Franco Bahamontes le pidieron un buen día escribir un relato de entre cinco mil y seis mil caracteres para el periódico provincial. Con una pequeña introducción literaria y una descripción breve de sus intenciones ya podía llegar a los ochocientos veintitres caracteres sin prácticamente haber dicho nada. Este relato era su pequeña oportunidad de salir más allá de las líneas de las revistas comarcales y las antologías editoriales que publicaban siempre previo pago. O a cuenta, pues un libro de relatos donde aparecen veinte escritores noveles te asegura una venta, entre primos, cuñaos y amistades de unos cien libros que, posiblemente, sean los que se vendan y los que logren amortizar la inversión del editor, que con autobombo podrá decir que colabora en la promoción de nuevos talentos.
Era pues, ésta que le ofrecía el periódico, una oportunidad para un escritor que solo había aspirado a jugar en la regional, entre veladas trágicas compuestas tan solo de una cena frugal (frugal es una palabra que queda bien en cualquier relato) y un vaso de vino del Tío Chicote, que se había puesto viña y no tenía dónde colocarlo.
Don Francisco Franco Bahamontes es un nombre con mucha fuerza literaria y simbólica que cuenta con treinta y un caracteres. Repetido con cierto gusto poético, a modo de anáfora, puede ocupar la friolera cantidad de ciento veinticuatro caracteres cuando ya se llevan mil novecientos ochenta y dos caracteres sin necesidad, insisto nuevamente, de haber contado nada de nada.
Y esto nos envuelve en una espiral metalingüística, pues a Don Francisco Franco Bahamontes, en realidad, no le ha pasado nada de importancia durante el último año, salvo un par de visitas al médico a Teruel, los mágicos sucesos del septiembre pasado por las salinas de Armillas (de los cuales todavía hay un silencio sepulcral en toda la comarca, a pesar de la intervención, por todos sabida, de Guardia Civil y obispado) y una transición discreta y sin aspavientos de posturas políticas conservadoras a otras más bien liberales, pragmáticas y egoístas.
Lo que no cuentan de Don Francisco Franco Bahamontes en sus colaboraciones es su edad ni residencia. Sencillamente, aunque a veces dude de si incluye dichos datos, los suele obviar. Dice que para no influir ni positiva ni negativamente en la selección de los textos por sus editores.
Henos aquí, recordando ante esa mesa frugal, ante esos sucesos nunca resueltos, ante esas dudas existenciales, en una encrucijada absoluta, en una parsimoniosa repetición secular... Un escritor que quiere serlo, y una máquina que hace las veces de papel y tinta donde plasmar la excepcional calidad en potencia, lo mucho que vale uno, lo necesario de impulsar, por fin, sus excepcionales dotes y abandonar así el anonimato.
Se duda entre escribir ficción o retocar algunos sucesos personales, dada su edad, abundantes en tiempo aunque no en número, para así permitir un conocimiento más exhaustivo de los lugares y la psicología propia de los personajes. Duda en introducir también algunos hechos reales que apunten también a la comedia, para restar protagonismo a esa tragedia que es la vida del que, teniéndolo todo, no consigue una oportunidad. Como aquella vez que estuvo festejando a la zagala del alcalde de Segura. No logró cuajar la relación, y eso que había tierras y tractor de por medio. El alcalde, del PSOE cuando todavía era un partido de izquierdas, se asustó y mantuvo las distancias de su posible yerno. Hizo mucho, hizo poco, pero aquello tenía poco futuro y la moza, que estaba de muy buen ver, acabó haciendo, como tantos, las maletas a la capital. Don Francisco Franco Bahamontes podía hablar también de su adolescencia en el internado de Zaragón. Igual el internado era una buena localización para una buena historia. Se trataría de indagar un poco, poner en orden los sucesos y anécdotas y, sobre todo, meter algún muerto de por medio, y algo de sexo. O quizás una desaparición, sería cuestión de ir tirando del hilo de los recuerdos. Aunque lo que más recordaba era la risa de los cuarenta y dos compañeros de clase al pasar la lista el hermano de turno:
¿Francisco Franco?
¡Presente!
Don Francisco Franco Bahamontes mantuvo alto el nivel de sus vicisitudes con el destino, y quería prosperar como prosperan los genios: ¿esperando la muerte para ser considerado? ¿esperando la muerte para que el cura de Vivel, que lo que le sobra son pueblos y le faltan beatos, diga lo bueno que fue en vida?
Desconocen los lectores la gran dificultad de convertirse en el escritor de referencia si vives y estás censado en un pueblo de Teruel. Otra cosa sería que hubieses triunfado antes en la capital. Y que, con la tontería esa de los hipies neomodernos, recales en Salcedillo buscando tranquilidad y paz. Eso es distinto. Eso es moda y tontería. Gilipollez neourbanita que puede darte seguidores y abrirte puertas en el mercado de la España Vacía.
Quizás lo mejor sería indagar en los sucesos de Armillas, si les parece; qué paso, qué andaba haciendo el cura, qué pitos tenía que ver la Guardia Civil, si el Baudelio el catalán tenía fondos para localizar allí su arsenal, si lo que luego ocurrió, con cierta inventiva local sobre seres extraños y fortalezas secretas, tenía su parte de cierto...
Pero bueno, eso ya, si les parece, lo dejamos para otro día.
Atentamente, el Caudillo.