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Decir y hacer Decir y hacer
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Raquel Fuertes

Ya lo decía mi madre: “obras son amores…”. Y no buenas razones. Es duro reconocer esto para quien se gana la vida con la palabra, pero lo cierto es que es más sencillo y menos cansado prometer, embaucar, seducir o convencer con palabras que con hechos.

Ser consecuentes con nuestras acciones y convertirnos en seres coherentes. ¿Utópico? Miren a su alrededor (por aquello de no mirarse a uno mismo y encontrarse con algo que no les acaba de gustar) y comprueben cuántas veces no se corresponde lo que se promulga con lo que se ejecuta.

Así, vivimos rodeados de ejemplos de “hagan lo que digo que hago, pero no hagan lo que hago”. Como persona, como ciudadana, pero, sobre todo, como mujer me siento traicionada, burlada por quienes vinieron a convertirse en paladines del feminismo y de la libertad de las mujeres y poco a poco van cayendo como ejemplos de machistas, misóginos, rijosos y, lo oí en una tertulia, “asquerosos”. Cuanto menos. Porque otros atributos con mayor carga penal no me atrevo a esgrimir mientras no sean juzgados.

Me avergüenza ver viejas manifestaciones de los que vinieron a explicar lo que eran seres de luz. Los que querían enseñar a las mujeres a empoderarse (por si acaso nosotras, pobrecitas, no sabemos). Los que venían a desvirtuar el significado de la palabra consentimiento. Los que contribuyeron, en definitiva, a crear nuevas formas de desigualdad entre hombres y mujeres.

Ya no somos el sexo débil, pero quizás deberían habernos preguntado si queríamos ser el sexo fuerte o, simple y llanamente, iguales.

Mientras construían esas entelequias que han llevado a que los chavales jóvenes sean más de extrema derecha que nunca y las chicas jóvenes más de extrema izquierda parece que se dedicaban con fruición a lo que en verbo rechazaban: a ser unos machirulos de libro con gran afición al magreo por sorpresa y a eso tan chabacano como es tocar el culo. Sin consentimiento.

¿Y por qué lo hacían mientras arengaban de lo contrario? ¿Y por qué sus propias compañeras los tapaban y callaban traicionándose como militantes y como mujeres? Imagino que porque les gustaba hacer lo que decían que no había que hacer. ¿A quién le importan los valores, la coherencia y el respeto al otro si mientras satisfago mis oscuros deseos?