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El otro día, en la sala de espera de un hospital, una mujer embarazada decía que “le daba igual niño que niña”, pero, que, era verdad, que las niñas “eran más atentas”. Que eso lo veía con sus hermanos, que ella estaba más al tanto de sus padres.
En 2024, 357.000 mujeres figuraban como ocupadas a tiempo parcial por cuidado de personas dependientes. Una cifra muy superior -once veces superior, concretamente- a la de de los hombres, que se situaban en 33.000. Los cuidados siguen teniendo nombre de mujer y los apellidos de esto son peores salarios, mayores dificultades a la hora de acceder a puestos directivos y una carga que resulta difícil reflejar en cualquier informe de vida laboral.
Donde sí se ha reflejado la pesadez mental de cuidar a personas dependientes es en el caso de un hombre de Madrid que se tenía que hacer cargo de su mujer enferma de esclerosis múltiple. Un día, su esposa cayó al suelo y su marido la dejó tirada tres días ahí, hasta que murió ahogada. Ataviada con una manta y sobre una almohada que su marido, en deferencia hacia ella, le había colocado. En lugar de socorrerla, claro.
La fiscalía de Madrid pidió un atenuante para él, alegando que padecía el síndrome del cuidador quemado, ¿Cuántas mujeres conocemos que han tenido que abandonar su vida para dedicarse al cuidado de los demás?, ¿Cuántas de ellas han acabado con la vida del la otra persona bajo el pretexto de que sufrían ese síndrome?
En 2025, las mujeres siguen cuidando. Cuidan de los demás incluso más que a ellas mismas, incluso olvidándose de sí mismas. Para ellas no hay comprensión ni atenuantes. Se da por hecho que es su deber. Lo que les toca. Y a pesar del agotamiento, en la mayoría de casos no son recompensadas, ni tan siquiera reconocidas. La vida es así.
Lo cierto es que una mujer no cuida mejor que un hombre, una mujer se ve obligada a ingeniárselas, porque así se lo exigen, porque la “vida es dura”, pero son muchas las mujeres que padecen el síndrome del cuidador quemado, aunque no se conozca que hayan matado a su marido.
En 2024, 357.000 mujeres figuraban como ocupadas a tiempo parcial por cuidado de personas dependientes. Una cifra muy superior -once veces superior, concretamente- a la de de los hombres, que se situaban en 33.000. Los cuidados siguen teniendo nombre de mujer y los apellidos de esto son peores salarios, mayores dificultades a la hora de acceder a puestos directivos y una carga que resulta difícil reflejar en cualquier informe de vida laboral.
Donde sí se ha reflejado la pesadez mental de cuidar a personas dependientes es en el caso de un hombre de Madrid que se tenía que hacer cargo de su mujer enferma de esclerosis múltiple. Un día, su esposa cayó al suelo y su marido la dejó tirada tres días ahí, hasta que murió ahogada. Ataviada con una manta y sobre una almohada que su marido, en deferencia hacia ella, le había colocado. En lugar de socorrerla, claro.
La fiscalía de Madrid pidió un atenuante para él, alegando que padecía el síndrome del cuidador quemado, ¿Cuántas mujeres conocemos que han tenido que abandonar su vida para dedicarse al cuidado de los demás?, ¿Cuántas de ellas han acabado con la vida del la otra persona bajo el pretexto de que sufrían ese síndrome?
En 2025, las mujeres siguen cuidando. Cuidan de los demás incluso más que a ellas mismas, incluso olvidándose de sí mismas. Para ellas no hay comprensión ni atenuantes. Se da por hecho que es su deber. Lo que les toca. Y a pesar del agotamiento, en la mayoría de casos no son recompensadas, ni tan siquiera reconocidas. La vida es así.
Lo cierto es que una mujer no cuida mejor que un hombre, una mujer se ve obligada a ingeniárselas, porque así se lo exigen, porque la “vida es dura”, pero son muchas las mujeres que padecen el síndrome del cuidador quemado, aunque no se conozca que hayan matado a su marido.