

Como viene siendo habitual, con marzo llega lo más desapacible del invierno. Cuando más anhelamos los anuncios de “ya es primavera” y creemos salir de la oscuridad de unos inviernos cada vez menos fríos y menos blancos, llegan los vientos, las aguas y hasta las nieves esquivas que han sorteado los eternos enero y febrero. Con ese ánimo de alerta, inquietud y ganas de que empiece la primavera, nos enfrentamos a un escenario tan preocupante como poco frecuente.
Lo que pasó la semana pasada en el despacho Oval de la Casa Blanca podría ser, en otro contexto, poco más que el “sujétame el cubata” de un tipo sin filtro, sin escrúpulos y sin estrategia vital. Un marrullero de los de toda la vida, vaya. Pero en este contexto, con la principal máquina militar del mundo, con un mercado de 400 millones de consumidores dispuestos a devorarlo todo y con la sartén por el mango, da miedo. Mucho miedo.
De repente, nuestra querida y utópica Europa parece un sueño cándido de humanistas y burócratas que han elaborado un proyecto que sólo tiene sentido en un entorno de paz. Creímos haber aprendido la lección de la guerra y montamos las bases para un sistema económico social que nos garantizase la soberanía alimentaria y la libertad de circulación de personas y capitales. Como un gran país diverso y multicultural en el que herramientas de compensación solidaria ayudaban a los más desfavorecidos en un intento de limar las desigualdades. La verdad es que suena tan bien que ahora dan ganas de llorar ante esta amenaza.
Dicen que es el estilo de Trump: humillar y noquear al contrario antes de sentarse a negociar con el otro ya sintiéndose derrotado. Zelenski, el hombre que lleva tres años con la misma ropa y que dice que sólo se pondrá un traje cuando haya paz, tuvo que aguantar los golpes verbales que nos dolieron a todos y replicar sin golpear porque necesita al otro.
Un desequilibrio que escenificó el riesgo al que nuestra vieja e indefensa Europa se enfrenta en estos días, si nos quedamos solos frente a las amenazas que, al menos ahora, vienen del este.
Lo que pasó la semana pasada en el despacho Oval de la Casa Blanca podría ser, en otro contexto, poco más que el “sujétame el cubata” de un tipo sin filtro, sin escrúpulos y sin estrategia vital. Un marrullero de los de toda la vida, vaya. Pero en este contexto, con la principal máquina militar del mundo, con un mercado de 400 millones de consumidores dispuestos a devorarlo todo y con la sartén por el mango, da miedo. Mucho miedo.
De repente, nuestra querida y utópica Europa parece un sueño cándido de humanistas y burócratas que han elaborado un proyecto que sólo tiene sentido en un entorno de paz. Creímos haber aprendido la lección de la guerra y montamos las bases para un sistema económico social que nos garantizase la soberanía alimentaria y la libertad de circulación de personas y capitales. Como un gran país diverso y multicultural en el que herramientas de compensación solidaria ayudaban a los más desfavorecidos en un intento de limar las desigualdades. La verdad es que suena tan bien que ahora dan ganas de llorar ante esta amenaza.
Dicen que es el estilo de Trump: humillar y noquear al contrario antes de sentarse a negociar con el otro ya sintiéndose derrotado. Zelenski, el hombre que lleva tres años con la misma ropa y que dice que sólo se pondrá un traje cuando haya paz, tuvo que aguantar los golpes verbales que nos dolieron a todos y replicar sin golpear porque necesita al otro.
Un desequilibrio que escenificó el riesgo al que nuestra vieja e indefensa Europa se enfrenta en estos días, si nos quedamos solos frente a las amenazas que, al menos ahora, vienen del este.