

¿Y si esa imagen, la de alguien a punto de saltar para salvar una vida sin rumbo, que deja atrás un pasado sin futuro, también nos definiera a nosotros? La metáfora del Mediterráneo es de Marina Garcés. Hace tiempo que ya no manda la transformación sino la emergencia. La nueva política española (podríamos decir mundial), que gobierna pueblos, ciudades y territorios, prima el rescate al proyecto colectivo basado en el cambio social. Da igual una pandemia, una dana, una sequía, la falta de vivienda o el aumento de la pobreza: se gobierna para salvar a quien tiene ya, a veces, literalmente, el agua al cuello.
Y vamos hacia el siguiente caos. Entre esas enseñanzas que nos dejó la pandemia, y que olvidamos, está que los inversores y las bolsas se comportan como las ratas, huidizas y miedosas. ¡Junio de 2018!, Trump anuncia aranceles de 50.000 millones para China y los economistas vaticinan problemas.
“Es la economía, estúpido” es el cartel que pegó uno de los asesores de Bill Clinton en su oficina. Centrados en las consecuencias, en ese gusto por el cataclismo, olvidamos, a veces, que las crisis las provocamos nosotros mismos. Hay quien piensa que, en caso de caos económico mundial, su economía, más grande, sobrevivirá. A costa de quien sea.
Cuando más globalizado está el mundo, más feroz se hace la discriminación, dice Baudrillard en su “agonía del poder”, que advierte que la economía ya no se basa en las necesidades, con nuestras tripas rebosantes, sino en la especulación de quienes quieren ganar más y más, y que la política ya no representa a nadie.
Estos días escuché a Juan Carlos Unzué, enfermo de ELA, y cuyas palabras, dichas con dificultad e intuyo dolor, valen más que las de Trump. Recordaba que el día que fue a hablar al Congreso había 5 diputados. Denuncia que, aunque se aprobó la ley para apoyar a los enfermos de ELA, sigue sin presupuesto. ¿Cuál es la verdadera emergencia?
Y vamos hacia el siguiente caos. Entre esas enseñanzas que nos dejó la pandemia, y que olvidamos, está que los inversores y las bolsas se comportan como las ratas, huidizas y miedosas. ¡Junio de 2018!, Trump anuncia aranceles de 50.000 millones para China y los economistas vaticinan problemas.
“Es la economía, estúpido” es el cartel que pegó uno de los asesores de Bill Clinton en su oficina. Centrados en las consecuencias, en ese gusto por el cataclismo, olvidamos, a veces, que las crisis las provocamos nosotros mismos. Hay quien piensa que, en caso de caos económico mundial, su economía, más grande, sobrevivirá. A costa de quien sea.
Cuando más globalizado está el mundo, más feroz se hace la discriminación, dice Baudrillard en su “agonía del poder”, que advierte que la economía ya no se basa en las necesidades, con nuestras tripas rebosantes, sino en la especulación de quienes quieren ganar más y más, y que la política ya no representa a nadie.
Estos días escuché a Juan Carlos Unzué, enfermo de ELA, y cuyas palabras, dichas con dificultad e intuyo dolor, valen más que las de Trump. Recordaba que el día que fue a hablar al Congreso había 5 diputados. Denuncia que, aunque se aprobó la ley para apoyar a los enfermos de ELA, sigue sin presupuesto. ¿Cuál es la verdadera emergencia?