

Cuando hablamos de discriminación hacia las personas con discapacidad, solemos pensar en actos evidentes de exclusión. Pero existe un tipo de discriminación más sutil y, por ello, más difícil de erradicar: el capacitismo invisible.
Existe la idea de que somos menos capaces que aquellos sin discapacidad. En su versión más evidente, se traduce en barreras arquitectónicas, laborales y sociales. Pero en su forma invisible, se cuela en actitudes cotidianas, en comentarios “bienintencionados” y en la mirada paternalista de una sociedad que insiste en ver la discapacidad como una tragedia o, peor aún, una carga.
Una de las manifestaciones más comunes del capacitismo invisible es la visión infantil de nuestra existencia. Se nos habla en tono condescendiente o se asume que no podemos tomar decisiones por nosotros mismos. Esto no es amabilidad, es una forma de menosprecio disfrazada de cortesía.
Otro ejemplo es el llamado "inspirational porn", un término acuñado por la activista Stella Young para referirse a la tendencia de convertir a las personas con discapacidad en objetos de inspiración para los demás. Se suele reducir la experiencia de la discapacidad a un ejemplo de superación diseñado para motivar a quienes no la tienen.
También está el lenguaje, esa herramienta que refuerza prejuicios con cada palabra. Expresiones como "sufre de discapacidad" o "pese a su condición" refuerzan la idea de que una persona con discapacidad está condenada al sufrimiento. ¿Tan difícil es aceptar que la discapacidad es solo una característica más y no un castigo divino?
Erradicar el capacitismo invisible no requiere discursos grandilocuentes ni campañas vacías. Se trata de cuestionar nuestros propios sesgos, de ver la discapacidad como lo que es: personas con derechos, deseos y autonomía. Ni héroes, ni víctimas, ni fuentes de inspiración prefabricada.
La verdadera inclusión comienza por un cambio de mentalidad en la sociedad y por reconocer que no somos excepciones a la regla y que somos parte de la sociedad. Sin más. Y sin menos.