Hace unos años, visité Berlín por estas fechas, recorríamos sus barrios a bajo cero, frotándonos las manos para intentar guardar un poco de calor y arrojando una nube de vaho entre los labios. Caminamos por las calles en las que desfilaron orgullosas las tropas del Tercer Reich. El guía dejó claro dos asuntos: el primero, que en Berlín hacía mucho frío y el segundo que la invasión nazi fue un ataque que “sufrió” el pueblo alemán y que hoy tenían muy presente. A lo primero, respondí que, en Teruel, en invierno, las noches también son gélidas, y a lo otro no dije nada, porque por aquel entonces- 15 de diciembre- en Teruel, era otro aniversario de la Batalla de Teruel y de este combate apenas se decía que había muerto mucha gente de uno y otro bando.
Este 15 de diciembre, volví de Praga, antes de irnos, a unos cuantos grados bajo cero, varios grupos de escolares recibían clase en plena calle. Les enseñaban que lo que había vivido esta ciudad era parte de su propia historia, que la invasión nazi y posteriormente la soviética que habían sufrido sus abuelos formaba parte de ellos. Escribían cartas a los que habían formado parte de la resistencia checa. Les daban las gracias por haber intentado liberar su ciudad del nazismo, por su deseo de evitar un mundo opresivo para sus nietos.
La clave es que, ahora que, aquellos que lucharon en la resistencia ya no pueden hablar, lo hagan las calles que sufrieron la guerra más mortal de Europa. Hay fechas, placas, monumentos, baldosas en las que hacen que te tropieces para que así te fijes en el nombre de cada uno de los que murieron.
En Teruel, que ahora también amanecemos a varios grados bajo cero, tenemos que dejar de dar la espalda a nuestro pasado y recordar que hace menos de 100 años nuestra ciudad estaba viviendo una de las batallas más cruentas de la Guerra Civil. No se recuerdan ni los lugares por los que pasaron algunos de los corresponsales más relevantes de la historia. Hay silencio. Un silencio que es un signo de complicidad hacia quienes quieren ocultar la historia.
Este 15 de diciembre, volví de Praga, antes de irnos, a unos cuantos grados bajo cero, varios grupos de escolares recibían clase en plena calle. Les enseñaban que lo que había vivido esta ciudad era parte de su propia historia, que la invasión nazi y posteriormente la soviética que habían sufrido sus abuelos formaba parte de ellos. Escribían cartas a los que habían formado parte de la resistencia checa. Les daban las gracias por haber intentado liberar su ciudad del nazismo, por su deseo de evitar un mundo opresivo para sus nietos.
La clave es que, ahora que, aquellos que lucharon en la resistencia ya no pueden hablar, lo hagan las calles que sufrieron la guerra más mortal de Europa. Hay fechas, placas, monumentos, baldosas en las que hacen que te tropieces para que así te fijes en el nombre de cada uno de los que murieron.
En Teruel, que ahora también amanecemos a varios grados bajo cero, tenemos que dejar de dar la espalda a nuestro pasado y recordar que hace menos de 100 años nuestra ciudad estaba viviendo una de las batallas más cruentas de la Guerra Civil. No se recuerdan ni los lugares por los que pasaron algunos de los corresponsales más relevantes de la historia. Hay silencio. Un silencio que es un signo de complicidad hacia quienes quieren ocultar la historia.