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Elena Gómez

Hace cinco años, España se detuvo. Las calles se vaciaron, los parques quedaron mudos, y el bullicio cotidiano fue reemplazado por un silencio espeso, denso, casi irreal. Aquel 14 de marzo de 2020, el estado de alarma nos arrancó de nuestra normalidad y nos sumió en una realidad que jamás habíamos imaginado.

Nos aferramos a los balcones como quien se agarra a la esperanza. Aplaudimos con fuerza cada tarde, rindiendo homenaje a quienes estaban en la primera línea de batalla. Nos abrazamos en la distancia, encontramos consuelo en videollamadas y aprendimos a sonreír con los ojos tras una mascarilla. Pero también lloramos por las pérdidas irremplazables y las despedidas sin abrazos. El virus nos arrebató mucho más que vidas; nos robó la inocencia de creer que lo teníamos todo bajo control.

Hoy, cinco años después, nos seguimos sorprendiendo por haber logrado soportarlo. Pero lo hicimos. Con cicatrices en el alma y con el peso de la incertidumbre sobre nuestros hombros, seguimos adelante. El estado de alarma nos mostró nuestra fragilidad y también nuestra fortaleza. Nos enseñó que, pase lo que pase, encontraremos la manera de seguir.

En estos cinco años, el mundo ha cambiado de manera irreversible. La pandemia aceleró la transformación digital, redefinió las formas de trabajo e intensificó el uso de la tecnología en nuestras relaciones. También hubo cambios en nuestra forma de vivir. La salud mental dejó de ser un tema secundario y se convirtió en una prioridad. La ciencia, por su parte, nos demostró su capacidad de respuesta. El desarrollo acelerado de vacunas en tiempo récord marcó un hito en la historia de la medicina, recordándonos el valor del conocimiento y la cooperación global.

Sin embargo, me pregunto si realmente hemos aprendido la lección. El mundo sigue enfrentando crisis sanitarias, climáticas y humanitarias, y los ánimos están por los suelos. Dudo mucho de que aquella experiencia nos haya hecho más conscientes de la necesidad de actuar con responsabilidad y solidaridad. Quizá el ser humano no tiene remedio.