La pregunta sería ¿en qué pensamos cuando no queremos pensar en nada? Ese gesto, sacar el móvil y mirarlo de camino a casa, en la sala de espera del dentista o antes de dormir, que ya no son minutos, sino media hora. Pura adicción. Esos ratos operan como esos conocidos a los que uno saludaba solamente porque sabía que también eran fumadores.
“Es una desconexión”, se podría argumentar. Si alguien considera que mirar las noticias, tal como está el mundo, o consultar las redes, con sus anticuerpos, es un alivio, entonces el problema roza el masoquismo. Me preocuparía que dijeran también que son un refugio, un entretenimiento.
El odio humano se engendra en los estados del wasap. Vidas que uno no tendrá, fiestas a las que no irá, y grupos de progenitores, que son lo más parecido a una relación tóxica que he tenido nunca. El wasap muestra la peor parte de las personas.
A ver, estarán pensando, este tío es un idiota, yo miro al móvil cuando me aburro y vale ya la tontería.
Piense que nos aburrimos justo cuando nuestros hijos están haciendo los deberes o jugando en el parque, justo cuando alguien quiere contarnos algo, sea de copilotos o en la cama, o cuando, sencillamente, como decía el payaso, estaba yo conmigo mismo. Elijan el grado: del abandono a la mala educación, y añadan el pésimo ejemplo, para los niños, por lo menos, hasta que les compremos el móvil, para que nos dejen mirar el nuestro a gusto.
Piénsenlo, en esta sociedad tan egoísta, lo único bueno es que nos ignoramos incluso a nosotros mismos. En lugar de pensar si el día ha sido una mierda y por qué, o cómo cambiarlo, miramos las vidas de otros, que juramos no nos interesan, sus chorradas.
En el mejor de los casos son colegas, con quienes fingiremos interés cuando los veamos y nos cuenten dónde estuvieron en vacaciones, porque ya lo sabemos. Y en cuanto podamos sacaremos el móvil, porque nos aburren. Ya no sé si ellos, o nuestra vida.