Síguenos
Segundo de Chomón, Luis Buñuel y Antón García Abril, tres turolenses que Segundo de Chomón, Luis Buñuel y Antón García Abril, tres turolenses que
Cartel de la productora Pathé Frères de principios del siglo pasado anunciando la película francesa del turolense Segundo de Chomón ‘Excursión a la Luna’ (1908)

Segundo de Chomón, Luis Buñuel y Antón García Abril, tres turolenses que "pisaron" la luna

50 años después de llegar al astro, repasamos la influencia del satélite en la obra de tres turolenses universales
banner click 236 banner 236

Hace cinco décadas el ser humano pisó por primera vez la Luna, un sueño acariciado por la humanidad desde la antigüedad pero que no se hizo realidad hasta que los astronautas del Apolo 11 pusieron sus pies sobre la superficie del satélite tal día como hoy de 1969. Neil Armstrong fue el primero en descender del módulo lunar y su huella sigue allí sin haberse borrado, pero un turolense se le adelantó más de medio siglo antes, Segundo Chomón, con el filme de ciencia ficción Excursion dans la Lune (Excursión a la Luna), una exitosa película de 1908 que dio la vuelta al mundo tras el éxito que previamente había tenido El viaje a la Luna (1902) de George Méliès.

Segundo de Chomón ha sido uno de los tres artistas más universales nacidos en la provincia que de alguna u otra forma han viajado a la Luna a través del imaginario de las artes. Él lo hizo con una de las películas pioneras del cine de ciencia ficción, mientras que otro cineasta, Luis Buñuel, se adentró en el séptimo arte y en el surrealismo fílmico de los sueños con una imagen hoy día icónica en el imaginario colectivo: una nube partiendo por la mitad una Luna llena a la vez que una navaja de afeitar secciona el ojo de una mujer.

El ojo cortado de Buñuel y la Luna seccionada por una nube en Un perro andaluz (1929) es una imagen tan conocida en el imaginario del cine como el proyectil de la cinta de Méliès incrustado en el ojo del satélite representado como un rostro humano. La imagen de la cinta de Buñuel ha sido utilizada en series de televisión como Los Simpson, mientras que cantantes como David Bowie han recurrido a ella en sus conciertos como un intemporal recurso escénico.

Otro turolense participó en un peculiar viaje a la Luna, aunque sin llegar en esta ocasión a su destino, en la película El astronauta (1970), la comedia protagonizada por Tony Leblanc en la que España se sumaba a la carrera espacial tras el éxito norteamericano del programa Apolo. La música la compuso Antón García Abril, para aquel entonces todo un referente de las bandas sonoras en el cine español tras más de diez años de oficio en la industria y haber compuesto los acompañamientos musicales de filmes emblemáticos de la época a las órdenes de directores como Pedro Lazaga, José Luis Sáenz de Heredia, Mario Camus, León Klimovsky, Jesús Franco o Fernando Fernán Gómez, entre otros.

Cuando se cumplen 50 años exactos de la llegada del hombre a la Luna y de que los humanos dejaran por primera vez su huella inmarcesible en el paisaje lunar, es buen momento para recordar cómo el imaginario colectivo ha soñado desde la antigüedad con ese astro que es fundamental para la vida en la Tierra.

Hace una semana las instalaciones de Galáctica en Arcos de las Salinas rememoraron esta gesta con una jornada organizada por el Centro de Estudios de Física del Cosmos de Aragón (Cefca), en la que se repasó la importancia tecnológica, científica e histórica que supuso dar ese paso en 1969, así como su proyección en el mundo de la cultura popular.

Al igual que el Observatorio Astrofísico de Javalambre (OAJ) fue un sueño antes de convertirse en la realidad que es hoy gracias al empeño y dedicación de científicos como Mariano Moles y Javier Cenarro, junto al equipo que les ha rodeado, viajar a la Luna fue una fantasía mucho antes de que se consiguiese y la literatura y la narrativa oral popular están llenas desde la antigüedad de relatos en los que el ser humano viaja al satélite.

Ha estado además asociada a la mitología, no solo en Occidente sino en otras culturas del mundo como la Mesoamericana, donde un dios maya lanzó y estampó un conejo contra la Luna en el comienzo de los tiempos y su silueta sigue siendo visible para fascinación de todos aquellos que lo descubren por primera vez. En esta civilización sería este animal, un conejo, el primero en haber viajado al satélite antes que los humanos.

Alfonso Alcalde-Diosdado, la persona que más ha indagado sobre los tópicos de los viajes a la Luna en la literatura culta y popular antes de que el Apolo 11 de la NASA convirtiera en realidad este sueño, ha inventariado un total de 275 obras de 24 países distintos, que abarcan desde el siglo IV antes de Cristo hasta la fecha del alunizaje el 20 de julio de 1969.

La obra más antigua que cita Alcalde-Diosdado es un tratado religioso de la India escrito en sánscrito a partir del cual se suceden relatos poéticos, tratados filosóficos y también novelas como Los prodigios más allá de Thule, de Antonio Diógenes, escrito en el siglo II antes de Cristo, e Historias verdaderas, de Luciano de Samósata, que vio la luz en el siglo II después de Cristo.

A partir de entonces se suceden multitud de obras que alcanzarán en los siglo XVIII y XIX una verdadera eclosión con novelas como A Journey to the World of the Moon, de Daniel Defoe y The Man in the Moon, de William Smelley, además de protagonizar cuentos y relatos breves de grandes autores como Alejandro Dumas (Un viaje a la Luna) y Edgar Allan Poe (Hans Phaall).

Será no obstante en 1865 cuando se publique la obra de referencia sobre los viajes al satélite terrestre, De la Tierra a la Luna, del gran maestro francés del género fantástico y de aventuras Julio Verne. En esta obra los protagonistas no llegan a alcanzar el astro sino que quedan varados en el espacio orbitando a su alrededor, por lo que escribió una segunda parte cuatro años después, Alrededor de la Luna.

Estas dos novelas serán el germen de las primeras películas de cine que se hicieron sobre el tema a comienzos del siglo XX, entre ellas la del turolense Segundo de Chomón, uno de los grandes pioneros del cinematógrafo tanto por sus aportaciones en el ámbito de los trucajes, como de la configuración de la narrativa fílmica, es decir, la codificación del lengua cinematográfico a partir de una serie de convenciones que se fueron creando en los primeros años.

Desde los inicios del cine los pioneros recurrieron a la Luna como inspiración por tratarse de un recurso escénico teatral muy habitual, ya que en sus orígenes el cinematógrafo era teatro filmado.

El propio Georges Méliès, considerado por Georges Sadoul el padre del espectáculo cinematográfico, filmó en 1898 la que probablemente sea la primera película protagonizada por la Luna y con un viaje al astro terrestre. El cine acababa de inventarse y tanto la técnica como el lenguaje que debía configurar este nuevo tipo de narración estaban creándose.

Primeras proyecciones

Si las primeras proyecciones  públicas de los hermanos Lumière tuvieron lugar a finales de 1895, tres años después Méliès rodó La Lune a un metre (La Luna a un metro), en donde un astrónomo observa el satélite a través de un telescopio y acaba viajando a él. En realidad, como entonces no se había configurado todavía el lenguaje cinematográfico, lo que hace Méliès es mostrar una gran Luna en el escenario, ya que es eso lo que ve el astrónomo a través del telescopio, la ampliación gigantesca del astro.

Inspirado por la novela De la Tierra a la Luna de Verne, y probablemente por Los primeros hombres en la Luna, de H.G. Welles, publicada primero por entregas y después editada en libro, Méliès afronta en 1902 el rodaje de El viaje a la Luna, primera película de ciencia ficción de la historia del cine y una de las pioneras del espectáculo cinematográfico como tal. Serviría de base a su vez para el remake que años después haría el turolense Segundo de Chomón.

El viaje a la Luna de Méliès es teatro filmado, pero con una estructura narrativa configurada ya mediante secuencias y escenas; eso sí, todo se rueda prácticamente con un plano general de conjunto como si se tratara de un escenario teatral colocando la cámara frente a los decorados y actores y sin moverla.

Méliès invirtió tres meses en la preparación y el rodaje de esta cinta. Sus decorados han hecho historia, gracias en gran medida a que el tratamiento pictórico se inspira en las ilustraciones de Henri de Montaut, que había ilustrado novelas de Verne. El mismo Méliès actuó como protagonista y recurrió a los acróbatas del Folies Bergère, el famoso cabaré parisino, para dar vida a los selenitas, los supuestos habitantes de la Luna según la novela de Welles, cuyo aspecto recuerda a los insectos. Eso y la escena de las setas gigantes bajo la superficie lunar, son indicios por lo menos de que Verne era conocedor de Los primeros hombres en la Luna aunque acababa de publicarse en el Reino Unido.

Méliès quería recuperar el interés del público por el cinematógrafo. Tras la exhibición pública de las primeras películas, la gente se volcó en todo el mundo con este fascinante invento que permitía ver las fotografías en movimiento, pero el material era de nitrato y se quemaba con facilidad debido al calor de las lámparas de los proyectores. Incendios tristemente célebres como el del Bazar de la Caridad ocurrido en París en 1897 desterró este espectáculo de los locales cerrados y lo expulsó a las carpas de feria.

Méliès pretendía dignificar el cine y hacerlo regresar a los teatros y salones, pero cuando concluyó El viaje a la Luna nadie le quiso comprar la película. Era demasiado larga, puesto que duraba 14 minutos, y encima era muy cara por lo que había costado la producción. En lugar de rendirse, el pionero se la dejó gratis a un feriante para que la exhibiera en una carpa. Fue tal el éxito de público que no tardó en recibir numerosos pedidos para comprársela.

Se la compraron de todas partes y la Star Films, su productora, se consolidó e impulsó así el espectáculo cinematográfico. Bueno, además de comprársela se la piratearon, porque cuando quiso enviar a su hermano Gastón a los EEUU para abrir allí una delegación, se enteró de que la película triunfaba no solo en la costa este sino también en la oeste, donde esta cinta abrió la primera sala de exhibición permanente en Los Ángeles, mucho antes de que el barrio de Hollywood se convirtiera en la meca del cine.

Edison había pirateado la película haciendo copias sin la autorización de Méliès y la había repartido por todos los Estados de la Unión. Sin duda fue con El viaje a la Luna cuando nació el pirateo de películas.

El éxito de la cinta reportó un gran prestigio a Méliès y a Star Films, pero su modelo de producción era artesanal y no supo o no quiso adaptarse a lo que empezaba a configurarse como una gran industria del espectáculo. Sus rivales, las productoras Gaumont y Pathé Frères, que todavía perduran hoy día, acabarían arrinconándolo y sacándolo de la industria. Méliès acabó vendiendo juguetes y chucherías en una estación de París olvidado por todos.

Fue en el marco de esa rivalidad entre las productoras cuando entró en escena en París el turolense Segundo de Chomón para hacer una nueva versión. Era uno de los genios con los que contaba la Pathé Frères. Hábil en el dominio de los trucajes, realizaba a la perfección los mismos efectos visuales que hacía Méliès e incluso los superaba, porque no tardó en introducir la animación fotograma a fotograma, que era una de las innovaciones más novedosas de la época al ser capaz de engañar el ojo humano. La técnica se utilizó hasta hace relativamente poco en el cine de dibujos animados hasta que apareció la animación digital.

Nueva versión

Fue por ese motivo que para ganar mercado la Pathè encargó a Chomón rodar una nueva versión de El viaje a la Luna en 1908, seis años después del éxito de Méliès. La productora, como sucede hoy día, no quería arriesgar y fue a lo seguro encargando al turolense que hiciera una historia lo más fiel a su precedente, y así lo hizo, de ahí el paralelismo cuando se ven las dos cintas.

Tampoco era nada de extrañar en la época. Hoy la Pathè y Chomón hubieran sido merecedores de una demanda por plagio, pero entonces las cosas funcionaban de otra manera. El propio Méliès copió a los Lumière en sus inicios y los pioneros se pisaban unos a otros los temas e historias que filmaban.

La versión de Chomón para la Pathè se tituló Excursión a la Luna y fue un éxito desde su estreno en 1908. Menos teatral que la de Méliès, hacía volar el proyectil lanzado desde un cañón en la Tierra animándolo fotograma a fotograma y resultaba más dinámica que la original. Los protagonistas iban vestidos a lo Luis XV y al aterrizar en la superficie lunar, impactando en la boca y no en el ojo, penetraban en su interior y se encontraban con unos selenitas orejudos que no dejan de hacer acrobacias. Huyen y regresan de la misma manera, precipitándose con el obús desde un precipicio, pero en lugar de amortiguar el mar su caída, se estampan contra una fuente de agua al llegar a la Tierra.

Chomón volvería a tocar el tema de los viajes espaciales en otras películas como Les lunatiques (Los lunáticos, 1908), pero sobre todo en su genial Voyage au planete Jupiter (Viaje a Júpiter, 1909).

Gracias a estos pioneros el cine no ha dejado de viajar a la Luna y de aterrizar en ella, haciéndolo en pompas de jabón, exóticas naves e incluso escaleras colgantes, en títulos como Amant de la Lune (1905), Voyage autor d’une étoile (1906), The Firts Men in the Moon (1919), Una mujer en la Luna (1929), Con destino a la Luna (1950), De la Tierra a la Luna (1958), y 2001.Una odisea del espacio (1968), hasta llegar a la aventura espacial de la española El astronauta (1970), de Javier Aguirre, a la que puso música el también turolense Antón García Abril.

El ojo cortado de Buñuel se inspiró en una nube que atravesaba la Luna llena

La Luna tiene un peso específico importantísimo en el cine del turolense Luis Buñuel. La imagen con la que dio inicio su filmografía, una metáfora sobre la penetración en el mundo de los sueños, se ha convertido en un icono de referencia en el imaginario colectivo. La película, titulada Un perro andaluz, la rodó junto con su entonces amigo Salvador Dalí en 1929 y marcó un antes y un después porque dio lugar al surrealismo en el cine, el medio de comunicación que mejor se podía adaptar a esta vanguardia puesto que los filmes no dejan de ser sueños.

Junto con el proyectil impactado en el ojo del satélite terrestre en El viaje a la Luna de Méliès, y el enigmático monolito aparecido en la superficie lunar en 2001. Una odisea del espacio, sin duda la otra secuencia con Luna más famosa de la historia del cine sea la del comienzo de Un perro andaluz, que dio inicio a una prolífica filmografía de más de treinta títulos en la que el turolense Luis Buñuel se adentró como nadie ha sido capaz de hacer en lo más profundo de la condición humana y sus contradicciones.

Al comienzo de la película, Buñuel se asoma a un balcón con una navaja de afeitar mientras en el cielo brilla una Luna llena sobre la que pasa una delgada nubecilla como si la cortara por la mitad. A continuación, en un primerísimo primer plano, el hombre abre el ojo de una mujer, hunde la navaja y se lo secciona.

Era como penetrar en el mundo de los sueños a través del cine de la violencia que provoca en el espectador una sensación de repulsa. El propio Buñuel dio varias versiones sobre el origen de esta escena y aunque se ha apuntado que la idea pudo ser de Dalí, este nunca negó que fuera del calandino, que según él una vez soñó que intentaban cortarle el ojo a su madre.

La idea pudo haber surgido de forma colectiva entre los amigos de la Residencia de Estudiantes y retomarla Buñuel para su ópera prima. Ian Gibson, que es quien más ha profundizado en esta película y en esta etapa de la vida del cineasta, apunta que El viaje a la Luna de Méliès fue una de las primeras cintas vistas por el calandino, quien a su vez profesaba una gran admiración por El Acorazado Potemkin y “la brutal escena del ojo destrozado por una espada”.

El viaje espacial de Antón García Abril en ‘El astronauta’

La relación del músico turolense Antón García Abril con la llegada a la Luna se debe a que en 1970 compuso la banda sonora original de El astronauta, una producción española protagonizada por Tony Leblanc y José Luis López Vázquez en la que un grupo de excéntricos personajes, tras el éxito norteamericano de la misión Apolo un año antes, decide construir su propio cohete espacial y viajar al satélite. El protagonista, Tony Leblanc, acaba en órbita en un cohete made in Spain y en el desierto de Almería creyendo que ha alunizado. Nada tenía que ver ese cohete con el que apareció en 1929 en la película alemana La mujer en la Luna de Fritz Lang. El científico Herman Oberth, que una década después fue el padre de los temidos misiles balísticos V-2, asesoró al cineasta en el diseño de la nave. La Gestapo confiscó los planos del cohete de la cinta.