En esta vida hay sucesos que te hacen ver que el mundo no tiene solución. Vivimos rodeados de injusticias, las aguantamos y nos resignamos, a sabiendas de que algún día a cualquiera de nosotros nos pueden pasar. Pero hay veces que ocurren cosas que están, inevitablemente, mal, sin paliativos. Hechos que nos cortan la respiración porque la razón no alcanza a entender cómo ha podido suceder.
El pasado 18 de agosto, un joven asesinó a puñaladas a un niño de 11 años que estaba jugando a fútbol con sus amigos. Un niño de 11 años no debería morir nunca. Un niño de 11 años que pasa una tarde de verano con sus amigos es todo lo que está bien en esta vida. Nadie se explicaba este crimen, porque la única explicación a una crueldad así es que nunca la vas a entender.
Tras el ominoso deseo de algunos desalmados de poder echarle la culpa al primer inmigrante que pasara por la calle, se descubrió que el culpable era un chico de 20 años, vecino del pueblo y español, aunque esto último, no debería tener nada que ver. Pues, "a la hoguera", aún así, debió pensar la mayoría.
Ese chico que había cogido un cuchillo para matar a Mateo había estado, según explicó su padre, toda su vida escuchando “tonto loco” por las calles de su pueblo. No es, ni será jamás una justificación para cometer un asesinato, pero ese joven que un día fue un niño, seguro que también había deseado estar tranquilo jugando con sus amigos sin ser vejado y humillado a cada paso que daba.
Es muy gracioso -para quien lo hace, claro está- reírse de una persona y pensar que esa burla no trascenderá más de una tarde, pero no es así. El odio que se siembra día a día, produce semillas durante toda la vida de la persona que ha sufrido el bochorno.
No hay dolor mayor que pensar que al pobre Mateo le han arrebatado la vida, pero también se resquebraja el corazón al ver a un padre llorando sin parar porque su hijo hasta el momento de ser detenido, lo único que ha escuchado a su alrededor es que era un “tonto loco”.
El pasado 18 de agosto, un joven asesinó a puñaladas a un niño de 11 años que estaba jugando a fútbol con sus amigos. Un niño de 11 años no debería morir nunca. Un niño de 11 años que pasa una tarde de verano con sus amigos es todo lo que está bien en esta vida. Nadie se explicaba este crimen, porque la única explicación a una crueldad así es que nunca la vas a entender.
Tras el ominoso deseo de algunos desalmados de poder echarle la culpa al primer inmigrante que pasara por la calle, se descubrió que el culpable era un chico de 20 años, vecino del pueblo y español, aunque esto último, no debería tener nada que ver. Pues, "a la hoguera", aún así, debió pensar la mayoría.
Ese chico que había cogido un cuchillo para matar a Mateo había estado, según explicó su padre, toda su vida escuchando “tonto loco” por las calles de su pueblo. No es, ni será jamás una justificación para cometer un asesinato, pero ese joven que un día fue un niño, seguro que también había deseado estar tranquilo jugando con sus amigos sin ser vejado y humillado a cada paso que daba.
Es muy gracioso -para quien lo hace, claro está- reírse de una persona y pensar que esa burla no trascenderá más de una tarde, pero no es así. El odio que se siembra día a día, produce semillas durante toda la vida de la persona que ha sufrido el bochorno.
No hay dolor mayor que pensar que al pobre Mateo le han arrebatado la vida, pero también se resquebraja el corazón al ver a un padre llorando sin parar porque su hijo hasta el momento de ser detenido, lo único que ha escuchado a su alrededor es que era un “tonto loco”.