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EFE/ Juanjo Martin

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Aún nos queda tiempo, pero el próximo 24 de octubre se cumplirán seis años desde la exhumación de Franco del Valle de Cuelgamuros. Aquellos que coreaban que Madrid sería la tumba del fascismo se les escapó que, más que tumba, se convertiría en un mausoleo. Desde 2019, ese paraje cuenta con un habitante menos. Lo que podía haber sido un acto reservado, acabó convirtiéndose en un segundo entierro morboso, televisado y con exaltaciones franquistas. No se sabía si se estaban cambiando de sitio los huesos de un dictador, si era su segunda defunción o si volvíamos a celebrar que lo habían enterrado. El único tema de ese día era Franco, qué gran oportunidad se perdió para explicar, a aquellos que solo hemos oído de ese dictador a través de nuestras abuelas, por qué era indecente que en pleno siglo XXI se siguieran haciendo peregrinaciones a su tumba. 

Este año, el Gobierno organiza decenas de actos para conmemorar “los 50 años de España en libertad”. Ya han sido varias veces que han tenido que explicar que no están celebrando los 50 años del 20 de noviembre de 1975, como quien celebra el aniversario de la muerte de un pintor, si no que honran la reconquista de libertades en nuestro país. Fue preciso recordar esto porque había quien no se explicaba que un gobierno estuviera rememorando la muerte de un dictador. 

Es una pena que no hayamos llegado a esta fecha preparados. Una lástima que el primer acto se haya dado en un museo y no en un instituto; que no se haya podido recordar a aquellos que no vivimos el franquismo que si ahora podemos votar y quejarnos de los representantes elegidos es, gracias, precisamente, a más de 50 años de lucha, que hasta hace no mucho se encarcelaba a aquellos que amaban a las personas de su mismo sexo y las manifestaciones se reprimián con una paliza. 

Es vergonzoso exaltar 50 años de la muerte de un dictador, pero no saber aún cómo condenar a quien dio un golpe de Estado en 1936. A ver si para los 75 años sabemos hacerlo.