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Nuria Andrés
Si voy en un avión y este pierde el rumbo, divaga a la deriva y hay riesgo de que nos estrellemos, no quiero que una voz de hojalata por megafonía me diga que tiene la infraestructura más sólida para que la colisión, quizás, no cause grandes daños, no quiero que me digan que las bolsas de oxígeno podrían asistir a los pasajeros en caso de que se cumplan los peores escenarios, ni que el aeroplano tiene la mejor infraestructura diseñada por si ocurrían estas desgracias. Quiero que el piloto, que está al mando del avión, actúe y haga todo lo posible para evitar la colisión. No quiero que me cuente que de eso se tendría que encargar otra persona que está en tierra o que es que ha fallado la comunicación con el control del aeropuerto. Quiero que mi vida esté a salvo en ese avión.
 
Si llegado el punto, el desastre es inevitable, espero que, tras el golpe, haya una red de emergencias coordinada para socorrer a todos los pasajeros de ese avión, porque el Estado también es la ambulancia que te recoge cuando estás sangrando o el policía que acordona la zona del cataclismo.

El Estado es que los militares y bomberos estuvieran desde el primer momento en las calles en Valencia. Si, en cambio, pasan los días y la gente, cuando sale a una calle llena de lodo, no ve esto, ¿Qué es el Estado? 

Frente a eso no hay excusa ni explicación que valga, porque cuando una persona ha estado sin luz ni agua no necesita que le cuenten todo el organigrama del sistema, necesita soluciones y repartir culpas es tan simple como inservible. 

Toda la gente que se ha visto sola en el peor momento de sus vidas, ahora no sabe muy bien para qué sirve el Estado si no va a estar cuando se le requiere, si su escudo va a ser siempre que la Comunidad autónoma no ejerció sus funciones.

Si esto fue así, desde luego, hay que replantearse el modelo autonómico. Si con más de 200 muertos, Estado y comunidades no son capaces de abandonar su pelea política, entonces, evidentemente, no sirven para nada.