Esta semana, miles de estudiantes en España se enfrentan a la selectividad. No conozco a nadie que la haya hecho y no recuerde todo lo que sufrió. Los nervios del primer examen y la incertidumbre posterior. Ya han transcurrido varios años desde que pasé por aquello y sigo pensando lo mismo que ese día: No es necesario tanto sufrimiento ni hacer creer a un chaval que no vale, solo porque lo ponga en un papel. Pero, esta semana, quiero reivindicar la importancia de que estas sean las preocupaciones de los adolescentes, que los únicos quebraderos de cabeza que debieran sentir son aquellos que nos producen, en su momento,verdaderas angustias, pero, que luego, recordamos como simples anécdotas. Que las desazones que sintamos, sirvan solo para recordarlas con amigos, pero que no se queden enquistadas convertidas en sed de venganza, porque un chaval de 18 años tiene que estar preocupado por no dejarse el DNI en casa el día de selectividad, pero nunca de sortear un bombardeo yendo a buscar su única comida en un campo de refugiados de Rafah.
El otro día, la portada de un periódico se ilustraba con un niño gazatí -apenas 5 años tendría- llorando desconsoladamente porque su plato de comida se le había desparramado por el suelo. Era la misma incomprensión de cuando eres pequeño y te tiran el almuerzo en el recreo, pero, en esa imagen, este niño ya no tenía una madre que le consolara, porque había visto morir a sus dos padres quemados vivos mientras intentaban buscar refugio. Su hogar se había convertido en el lugar más peligroso del mundo.
Hemos visto cientos de fotos de niños palestinos muertos y cada vez que salta una de ellas en el móvil, nuestro dedo avanza más rápido por la pantalla en busca de otra realidad. La realidad es que la única preocupación de un niño debería ser llegar a tiempo a su examen, pero nunca, pensar que la muerte duerme a su lado, mientras nosotros intentamos mirar hacia otro lado. Como decía aquella canción, “que la guerra nunca nos sea indiferente”.