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El último estudio del CIS no tiene nada que ver con política y aún así, no hay quien se lo crea. Ahora que ya hemos pasado el ecuador del año, parece que Tezanos no quiere que la palabra de estos 12 meses tenga que ver con la “polarización”, que fue la palabra del 2023. Un estudio revela que el 80% de los españoles son felices y que incluso están muy cerca de vivir “la mejor vida posible”.
Más allá de que, tras leer este dato, todos nos hayamos hecho la pregunta de si nosotros mismos, realmente, somos felices, lo que queda claro es que, hay que aprender de los países anglosajones y diferenciar entre el “ser” y el “estar” y también, que ninguno de los que contestaron a las preguntas de esa encuesta -2.800 personas- debían haber visto el pleno de las 9 de la mañana de los miércoles en el Congreso.
Las reacciones a este dato de que la mayoría de las personas en España son felices no se hicieron de esperar. La mitad de ellas preguntándose cómo era posible esto si España ha sido varios años líder en la venta de ansiolíticos y la otra mitad preguntándose cómo los jóvenes podían ser felices si muchos de ellos ni siquiera podían comprarse una vivienda.
Lo cierto es que son los más jóvenes -entre 18 y 24 años- los que afirman con mayor rotundidad que son felices. Sí, sí, los mismos que engrosan las listas de parados recién graduados y los que ven cómo muchos de sus ideales se acaban topando con el muro de la realidad.
Es la educación que hemos recibido de la "felicidad instantánea", que tan pronto llega como se va. Somos la generación que no podrá comprarse una casa, pero busca viajes a miles de kilómetros de distancia desde su iPhone. No podemos pensar en una felicidad a largo plazo porque nada de lo que poseemos está pensado para durar a lo largo del tiempo. Tenemos el ideal de la felicidad como algo que tenemos que conseguir en nuestra vida o supone un fracaso. Nadie se atrevería a decir que no es feliz como estado permanente en su vida, incluso si en España las tasas de suicidio entre jóvenes aumentan cada año.
Más allá de que, tras leer este dato, todos nos hayamos hecho la pregunta de si nosotros mismos, realmente, somos felices, lo que queda claro es que, hay que aprender de los países anglosajones y diferenciar entre el “ser” y el “estar” y también, que ninguno de los que contestaron a las preguntas de esa encuesta -2.800 personas- debían haber visto el pleno de las 9 de la mañana de los miércoles en el Congreso.
Las reacciones a este dato de que la mayoría de las personas en España son felices no se hicieron de esperar. La mitad de ellas preguntándose cómo era posible esto si España ha sido varios años líder en la venta de ansiolíticos y la otra mitad preguntándose cómo los jóvenes podían ser felices si muchos de ellos ni siquiera podían comprarse una vivienda.
Lo cierto es que son los más jóvenes -entre 18 y 24 años- los que afirman con mayor rotundidad que son felices. Sí, sí, los mismos que engrosan las listas de parados recién graduados y los que ven cómo muchos de sus ideales se acaban topando con el muro de la realidad.
Es la educación que hemos recibido de la "felicidad instantánea", que tan pronto llega como se va. Somos la generación que no podrá comprarse una casa, pero busca viajes a miles de kilómetros de distancia desde su iPhone. No podemos pensar en una felicidad a largo plazo porque nada de lo que poseemos está pensado para durar a lo largo del tiempo. Tenemos el ideal de la felicidad como algo que tenemos que conseguir en nuestra vida o supone un fracaso. Nadie se atrevería a decir que no es feliz como estado permanente en su vida, incluso si en España las tasas de suicidio entre jóvenes aumentan cada año.