A la salida del cine, tras ver La Sociedad de la Nieve, hay una idea que queda clara: Cualquier principio moral, por elemental que sea, se convierte en opresor en situaciones extremas de supervivencia. Por mucho que cada uno tengamos un fin particular, en un momento determinado, hay que apartar a un lado todo lo conocido para intentar sobrevivir. Vivimos en sociedad y como tal, tenemos que pedir ayuda, dialogar y, a veces, tragar. Tragar incluso con aquello que dijimos que nunca haríamos. Todo por el simple y justificado hecho de querer sobrevivir.
Con la llegada de enero, vuelven el covid, la gripe A y de nuevo las broncas. Válgase una idea de que, ante la saturación en hospitales y en situaciones de alta incidencia, las mascarillas vuelvan a ser obligatorias en centros de salud para que haya pelea entre comunidades autónomas tildando de dictatorial una medida que podría ayudar a salvar vidas. Como si no hubiéramos aprendido nada de épocas pasadas.
Disputas y muy pocas ganas de dialogar y llegar a acuerdos, eso es lo que hemos visto en estas dos semanas del nuevo año, también a nivel parlamentario, donde, tras horas y horas de intenso debate, se tumbó uno de los Decretos leyes que reformaba el Subsidio por desempleo. Todo por no querer sentarse a hablar, por pensar que marcar una identidad propia era mejor idea que intentar colaborar en comunidad para mejorar la vida de las cientos de miles de personas que se encuentran en el paro. Mientras tanto, los que estábamos escuchando al otro lado, nos perdíamos entre hipérboles y metáforas que poco o nada se parecían con los problemas de la gente de a pie.
Lo que sí es de a pie es el pescado que comemos y las playas que nos quedan después de que miles y miles de microplásticos hayan llegado a las costas de Galicia. Los famosos pellets de los que los científicos alertan que son tóxicos, pero que, aún así, costó casi un mes para que desde la Xunta pidieran ayuda para intentar acabar con ellos. Nos empeñamos en regocijarnos en el individualismo mientras que, la supervivencia se consigue viviendo en sociedad.
Con la llegada de enero, vuelven el covid, la gripe A y de nuevo las broncas. Válgase una idea de que, ante la saturación en hospitales y en situaciones de alta incidencia, las mascarillas vuelvan a ser obligatorias en centros de salud para que haya pelea entre comunidades autónomas tildando de dictatorial una medida que podría ayudar a salvar vidas. Como si no hubiéramos aprendido nada de épocas pasadas.
Disputas y muy pocas ganas de dialogar y llegar a acuerdos, eso es lo que hemos visto en estas dos semanas del nuevo año, también a nivel parlamentario, donde, tras horas y horas de intenso debate, se tumbó uno de los Decretos leyes que reformaba el Subsidio por desempleo. Todo por no querer sentarse a hablar, por pensar que marcar una identidad propia era mejor idea que intentar colaborar en comunidad para mejorar la vida de las cientos de miles de personas que se encuentran en el paro. Mientras tanto, los que estábamos escuchando al otro lado, nos perdíamos entre hipérboles y metáforas que poco o nada se parecían con los problemas de la gente de a pie.
Lo que sí es de a pie es el pescado que comemos y las playas que nos quedan después de que miles y miles de microplásticos hayan llegado a las costas de Galicia. Los famosos pellets de los que los científicos alertan que son tóxicos, pero que, aún así, costó casi un mes para que desde la Xunta pidieran ayuda para intentar acabar con ellos. Nos empeñamos en regocijarnos en el individualismo mientras que, la supervivencia se consigue viviendo en sociedad.