Se puede ver en cualquier película, los mayores dramas siempre suceden cuando dos personajes se dedican a discutir y olvidan hacer lo que se les había pedido. A partir de ahí se enreda todo el argumento entre reproches de que uno acusa al otro de que tenía que hacer algo que no hizo y ese otro piensa que lo tenía que haber hecho el uno. No solucionan nada y mientras tanto, los espectadores miran embobados semejante ridiculez.
Esta vez, la película ocurre en la vida real. Cuando escribo estas líneas, ya hay más de 200 personas que han muerto por la dana en Valencia. 200 familias. Una desgracia. Apenas alcanzan las palabras para describir la magnitud de esta catástrofe y en una calamidad de estas dimensiones, la ciudadanía quiere soluciones, no retórica infinita y frases institucionales de primero de comunicación política.
En España, hay una cosa que nunca cambiará y es el dedo amenazante de la culpa después de cada tragedia. Lo vimos en la pandemia, primero las muertes en las residencias eran culpa del entonces ministro Pablo Iglesias, luego, lo era de los presidentes de las comunidades autónomas. El resultado de esa operación de dimes y diretes fue que miles de ancianos murieron encerrados entre cuatro paredes.
Ahora, es Valencia. Cientos y cientos de artículos acerca de si es Carlos Mazón o debería ser Pedro Sánchez quien solicitase o declarase el estado de alarma. Mientras tanto, las personas recogiendo el lodo y el fango que esconde sepultada toda su vida, ¿De verdad esperaban que la reacción de la ciudadanía fuera diferente al rechazo mostrado este domingo?
El pueblo solo no salva al pueblo, el pueblo necesita tener a su disposición un sistema público fortalecido que responda en situaciones de desesperación como esta, porque, desde luego, una Unidad de Emergencias no es ningún “chiringuito”. El pueblo no pide a los Gobiernos ser inmunes a catástrofes naturales, pero sí pide, al menos, mientras se siguen buscando cuerpos, que no se enzarzen en el juego de “si tú no lo haces, yo tampoco”.
Se puede ver en cualquier película, los mayores dramas siempre suceden cuando dos personajes se dedican a discutir y olvidan hacer lo que se les había pedido. A partir de ahí se enreda todo el argumento entre reproches de que uno acusa al otro de que tenía que hacer algo que no hizo y ese otro piensa que lo tenía que haber hecho el uno. No solucionan nada y mientras tanto, los espectadores miran embobados semejante ridiculez.
Esta vez, la película ocurre en la vida real. Cuando escribo estas líneas, ya hay más de 200 personas que han muerto por la DANA en Valencia. 200 familias. Una desgracia. Apenas alcanzan las palabras para describir la magnitud de esta catástrofe y en una calamidad de estas dimensiones, la ciudadanía quiere soluciones, no retórica infinita y frases institucionales de primero de comunicación política.
En España, hay una cosa que nunca cambiará y es el dedo amenazante de la culpa después de cada tragedia. Lo vimos en la pandemia, primero las muertes en las residencias eran culpa del entonces ministro Pablo Iglesias, luego, lo era de los presidentes de las comunidades autónomas. El resultado de esa operación de dimes y diretes fue que miles de ancianos murieron encerrados entre cuatro paredes.
Ahora, es Valencia. Cientos y cientos de artículos acerca de si es Carlos Mazón o debería ser Pedro Sánchez quien solicitase o declarase el estado de alarma. Mientras tanto, las personas recogiendo el lodo y el fango que esconde sepultada toda su vida, ¿De verdad esperaban que la reacción de la ciudadanía fuera diferente al rechazo mostrado este domingo?
El pueblo solo no salva al pueblo, el pueblo necesita tener a su disposición un sistema público fortalecido que responda en situaciones de desesperación como esta, porque, desde luego, una Unidad de Emergencias no es ningún “chiringuito”. El pueblo no pide a los Gobiernos ser inmunes a catástrofes naturales, pero sí pide, al menos, mientras se siguen buscando cuerpos, que no se enzarzen en el juego de “si tú no lo haces, yo tampoco”.