Ya ha pasado una quincena desde la Semana Santa y todavía quedan varias hasta que lleguen la puesta del pañuelico, pero este sábado volverá a ser día de fiesta en la capital. El motivo es evidente: un coloso como el Deportivo de la Coruña visita las instalaciones de Pinilla. ¿Quién se lo iba a decir, tanto a unos como a otros, a principio de siglo, cuando los que mañana serán locales visitaban campos de barro semana tras semana mientras los que serán visitantes conquistaban un feudo como San Siro?
La emoción que genera este partido puede sentirse hasta desde la distancia. Un servidor, a cientos de kilómetros del Ensanche, se pone nervioso solo de pensar en lo que supone para un equipo que hasta no hace tanto solo podía batirse el cobre con conjuntos aragoneses encontrarse ahora con un campeón de Liga.
Por desgracia, o no, lo que pase en el campo tiene una inportancia mayor de la que quizás les gustaría a los aficionados rojillos, que saben que el Dépor es un equipo duro de roer, pero que una victoria les sacaría de la zona de descenso. Una situación que quizás tampoco hubieran imaginado solo unos meses antes, cuando el casillero de victorias se mantenía a cero mientras el resto de rivales por la salvación iban sumando poco a poco. Ahora hay licencia para soñar con volver a recibir al Dépor, o tal vez a otro equipo de esa envergadura, la próxima temporada. No estaría nada mal, la verdad.
Sin embargo, lo de este sábado va más allá del fútbol. ¿Hace cuánto no se cuelga el cartel de ‘No hay billetes’ en Pinilla? De los 3.000 que acudirán con ilusión al estadio probablemente un tercio no conozca el nombre de ningún jugador del equipo gallego, pero simplemente es el Dépor. ¿Cómo se va a dejar pasar la oportunidad de ver al Dépor en Teruel?
Quizás hoy sea el día que sirva para entender que si el proyecto del CD Teruel es de categoría nacional, la ciudad deba estar a la altura. No quiero decir con esto que en otras ocasiones no lo haya estado ni que el Dépor merezca más que otros. Ni mucho menos.
Simplemente me refiero a que un equipo de primera muchas veces conlleva una responsabilidad de primera. Ojalá no fuese necesaria la visita de todo un gigante en horas bajas para demostrarlo, pero, de momento, sí lo es.
Y hay que disfrutarla, eso sí.
La emoción que genera este partido puede sentirse hasta desde la distancia. Un servidor, a cientos de kilómetros del Ensanche, se pone nervioso solo de pensar en lo que supone para un equipo que hasta no hace tanto solo podía batirse el cobre con conjuntos aragoneses encontrarse ahora con un campeón de Liga.
Por desgracia, o no, lo que pase en el campo tiene una inportancia mayor de la que quizás les gustaría a los aficionados rojillos, que saben que el Dépor es un equipo duro de roer, pero que una victoria les sacaría de la zona de descenso. Una situación que quizás tampoco hubieran imaginado solo unos meses antes, cuando el casillero de victorias se mantenía a cero mientras el resto de rivales por la salvación iban sumando poco a poco. Ahora hay licencia para soñar con volver a recibir al Dépor, o tal vez a otro equipo de esa envergadura, la próxima temporada. No estaría nada mal, la verdad.
Sin embargo, lo de este sábado va más allá del fútbol. ¿Hace cuánto no se cuelga el cartel de ‘No hay billetes’ en Pinilla? De los 3.000 que acudirán con ilusión al estadio probablemente un tercio no conozca el nombre de ningún jugador del equipo gallego, pero simplemente es el Dépor. ¿Cómo se va a dejar pasar la oportunidad de ver al Dépor en Teruel?
Quizás hoy sea el día que sirva para entender que si el proyecto del CD Teruel es de categoría nacional, la ciudad deba estar a la altura. No quiero decir con esto que en otras ocasiones no lo haya estado ni que el Dépor merezca más que otros. Ni mucho menos.
Simplemente me refiero a que un equipo de primera muchas veces conlleva una responsabilidad de primera. Ojalá no fuese necesaria la visita de todo un gigante en horas bajas para demostrarlo, pero, de momento, sí lo es.
Y hay que disfrutarla, eso sí.