

A veces me da por pensar que tendemos a sobrepreocuparnos. Y eso que yo soy un tío bastante tranquilo, o como se dice ahora bastante chill. ¿Para qué complicarse la vida antes de que se complique ella por sí misma? La última vez que dejé corretear esta idea por mi cabeza fue este sábado. Me tocaba cubrir un evento de fallas en Paiporta, donde hace tan solo cuatro meses nadie era capaz de imaginar que las calles recuperarían su color grisáceo y no permanecerían de por vida con ese tono amarronado que desde el 29 de octubre tiñó el suelo y las vidas de muchos.
Esa gente estaba tan tranquila en su casa y de repente todo se les puso del revés. Sin pensarlo mucho, sin ni siquiera poder preocuparse de que una catástrofe digna de película dirigida por Bayona iba a suceder.
¿Y si lo hubieran pensado qué? ¿Hubieran podido evitarlo? Creo que no hace falta ni mencionar que un aviso adecuado y enviado a tiempo por parte del máximo responsable del gobierno valenciano no hubiera estado de más e incluso podría haber evitado más de un fallecimiento, pero si los vecinos de esas casas de las que el fango se apropió hubieran tenido más tiempo para preocuparse, que sin duda lo hubieran hecho, ¿qué hubieran ganado? Más allá de nervios no se me ocurre una larga lista de cosas.
¿Y si nada (o casi nada) de lo que nos preocupa es para tanto? Igual eso es lo que sucede, pero no somos capaces de concienciarnos de ello. Y eso que la frase “nada es para tanto” es un eslogan de vida que puede funcionar en cualquier campaña de marketing. Eso sí, dicho por uno mismo. Como alguien se atreva a pensar que algo de lo que me preocupa no es para tanto la situación es bien distinta. Que aquí el que se ha preocupado en pensar que nos sobrepreocupamos he sido yo. ¿Y si nada (o casi nada) de lo que nos preocupa es para tanto? Igual eso es lo que sucede, pero no somos capaces de concienciarnos de ello. Lo fastidioso es que muchas veces tiene que ocurrir algo muy gordo para darnos cuenta de que igual esa rayita que le he hecho al coche al sacarlo del garaje o ese enfado con un colega no tiene ninguna importancia.
Esa gente estaba tan tranquila en su casa y de repente todo se les puso del revés. Sin pensarlo mucho, sin ni siquiera poder preocuparse de que una catástrofe digna de película dirigida por Bayona iba a suceder.
¿Y si lo hubieran pensado qué? ¿Hubieran podido evitarlo? Creo que no hace falta ni mencionar que un aviso adecuado y enviado a tiempo por parte del máximo responsable del gobierno valenciano no hubiera estado de más e incluso podría haber evitado más de un fallecimiento, pero si los vecinos de esas casas de las que el fango se apropió hubieran tenido más tiempo para preocuparse, que sin duda lo hubieran hecho, ¿qué hubieran ganado? Más allá de nervios no se me ocurre una larga lista de cosas.
¿Y si nada (o casi nada) de lo que nos preocupa es para tanto? Igual eso es lo que sucede, pero no somos capaces de concienciarnos de ello. Y eso que la frase “nada es para tanto” es un eslogan de vida que puede funcionar en cualquier campaña de marketing. Eso sí, dicho por uno mismo. Como alguien se atreva a pensar que algo de lo que me preocupa no es para tanto la situación es bien distinta. Que aquí el que se ha preocupado en pensar que nos sobrepreocupamos he sido yo. ¿Y si nada (o casi nada) de lo que nos preocupa es para tanto? Igual eso es lo que sucede, pero no somos capaces de concienciarnos de ello. Lo fastidioso es que muchas veces tiene que ocurrir algo muy gordo para darnos cuenta de que igual esa rayita que le he hecho al coche al sacarlo del garaje o ese enfado con un colega no tiene ninguna importancia.