En mi todavía breve trayectoria profesional en esto del periodismo he tenido tiempo suficiente para percatarme de que existen figuras insustituibles dentro de cualquier redacción. De esas cuya ausencia se percibe en el ambiente desde el momento en el que los temas todavía no han sido expuestos encima de la mesa hasta el placentero último segundo en el que un punto final pone la guinda a la jornada laboral. De esas que cuando están presentes consiguen hacer pasar las manillas del reloj más rápidas y cuando se toman el día libre logran convertir las horas en inacabables lustros. De las que disponen de provisiones para cuando el hambre acecha o siempre encuentran una ocurrencia oportuna cuando una gota más haría rebosar el vaso. En ocasiones, esas figuras además son capaces de liderar a la tropa, dar los mejores consejos a los que acabamos de empezar o incluso invitar a café. La putada es que están en peligro de extinción.
Desde hace pocos días el Diario de Teruel ha perdido a una de las que seguían quedándole. Juanjo, quien ha tenido a bien empezar a disfrutar de su más que merecida jubilación, era ese referente al que en algún momento todo el mundo hemos querido parecernos. Cuando me despedí de él, antes de poner rumbo a mi nueva aventura profesional, nos intercambiamos elogios. Yo le dije que había sido un padre para mí dentro de la redacción y él me regaló uno de sus muchos consejos sobre la profesión. Aunque ambos lo hicimos sin ñoñerías, con ese toque de chulería que a él tanto le caracteriza y que él desde un principio también se empeñó en atribuirme a mi persona.
Siempre congeniamos. Aunque a veces nos apetecía demostrar lo contrario y convertíamos la redacción en lo más parecido a una taberna del lejano oeste. Con su pistola de juguete disparaba flechas a todo el que se pusiese por delante. El divertimento era efímero, pero permitía desconectar por un momento. Una delicia.
¿Y ahora qué? Imagino que esa será la pregunta que también ronde por su cabeza después de haber dedicado una vida entera a este bonito, pero sacrificado oficio. El legado que deja es de unas dimensiones similares a las del vacío que sentirán en el número 27 de la Avenida Sagunto. Eso sí, que no se piensen que se van a librar de él. Sin Juanjo no hay Diario de Teruel y sin Diario de Teruel no hay Juanjo.
Desde hace pocos días el Diario de Teruel ha perdido a una de las que seguían quedándole. Juanjo, quien ha tenido a bien empezar a disfrutar de su más que merecida jubilación, era ese referente al que en algún momento todo el mundo hemos querido parecernos. Cuando me despedí de él, antes de poner rumbo a mi nueva aventura profesional, nos intercambiamos elogios. Yo le dije que había sido un padre para mí dentro de la redacción y él me regaló uno de sus muchos consejos sobre la profesión. Aunque ambos lo hicimos sin ñoñerías, con ese toque de chulería que a él tanto le caracteriza y que él desde un principio también se empeñó en atribuirme a mi persona.
Siempre congeniamos. Aunque a veces nos apetecía demostrar lo contrario y convertíamos la redacción en lo más parecido a una taberna del lejano oeste. Con su pistola de juguete disparaba flechas a todo el que se pusiese por delante. El divertimento era efímero, pero permitía desconectar por un momento. Una delicia.
¿Y ahora qué? Imagino que esa será la pregunta que también ronde por su cabeza después de haber dedicado una vida entera a este bonito, pero sacrificado oficio. El legado que deja es de unas dimensiones similares a las del vacío que sentirán en el número 27 de la Avenida Sagunto. Eso sí, que no se piensen que se van a librar de él. Sin Juanjo no hay Diario de Teruel y sin Diario de Teruel no hay Juanjo.