En las últimas semanas, la pantalla de mi móvil ha sido testigo de mi malestar. Como joven que soy -aunque ya me quedo fuera de muchas de las ofertas reservadas para los menores de 25- me molesta de morrocotuda manera que se nos trate como una generación que merece el mal momento que nos ha tocado soportar.
Oigo tertulias de programas de televisión en las que parece que el problema del acceso a la vivienda sea un asunto menor, pues a los que afecta de manera directa es a aquellos que están todo el día grabándose vídeos en Tik Tok o hablando de chorradas como la conciliación familiar.
Como si tener menos de 40 años y tratar de tener una vida más allá de la cansina rutina fuese un delito.
“Conozco gente que ha tenido que dejar de viajar para poder pagar el alquiler”, comentaba un chaval de unos veintipocos años en uno de esos programas en los que enfrentan a ciudadanos de a pie con supuestos expertos para que los segundos traten de dejar por los suelos a los primeros.
La contestación del señor, de unos cincuentaimuchos años, fue la de toda una generación que continuamente hace reproches a los jóvenes. Con cierta sorna le dijo algo como: “Menudo problema, dejar de viajar. Ya ves tú, qué problema”.
Para mí, el viajar tampoco es la más grande de las preocupaciones. Claro que no. Pero el asunto ya cansa.
¿Por qué siempre tenemos que escuchar los mismos reproches?
¿No tenemos derecho a vivir sin frustraciones?
¿Acaso no es suficiente haber tenido que crecer con una crisis económica, haber sufrido cambios en leyes educativas a gusto del político de turno al que le tocase el sillón de mando, haber estudiado una carrera con un futuro laboral más negro que la noche oscura o haber tenido que cortar de raíz nuestro desarrollo social por una pandemia sin precedentes?
Algo ya hemos soportado. Para algunos no lo suficiente parece ser.
Oigo tertulias de programas de televisión en las que parece que el problema del acceso a la vivienda sea un asunto menor, pues a los que afecta de manera directa es a aquellos que están todo el día grabándose vídeos en Tik Tok o hablando de chorradas como la conciliación familiar.
Como si tener menos de 40 años y tratar de tener una vida más allá de la cansina rutina fuese un delito.
“Conozco gente que ha tenido que dejar de viajar para poder pagar el alquiler”, comentaba un chaval de unos veintipocos años en uno de esos programas en los que enfrentan a ciudadanos de a pie con supuestos expertos para que los segundos traten de dejar por los suelos a los primeros.
La contestación del señor, de unos cincuentaimuchos años, fue la de toda una generación que continuamente hace reproches a los jóvenes. Con cierta sorna le dijo algo como: “Menudo problema, dejar de viajar. Ya ves tú, qué problema”.
Para mí, el viajar tampoco es la más grande de las preocupaciones. Claro que no. Pero el asunto ya cansa.
¿Por qué siempre tenemos que escuchar los mismos reproches?
¿No tenemos derecho a vivir sin frustraciones?
¿Acaso no es suficiente haber tenido que crecer con una crisis económica, haber sufrido cambios en leyes educativas a gusto del político de turno al que le tocase el sillón de mando, haber estudiado una carrera con un futuro laboral más negro que la noche oscura o haber tenido que cortar de raíz nuestro desarrollo social por una pandemia sin precedentes?
Algo ya hemos soportado. Para algunos no lo suficiente parece ser.