Cartier Bresson decía que las fotos buenas son las que puedes estar mirando durante dos minutos, casi sin pestañear. Es algo capicúa. Las mejores cosas de la vida apenas duran unos segundos. Los que uno tarda en descubrir que la desconocida inalcanzable te mira fijamente. O ese lapso desde que uno cierra la última página y los ojos, tras un buen libro.
Cartier Bresson lo llamaba el instante decisivo. Ese momento que atrapaba con su cámara. Decía que la vida fluye deprisa y que las imágenes desaparecen. No quería documentar nada, eso es muy aburrido, afirmaba rotundo. Sentí eso mismo cuando Javi y Moisés se encaminaban para poner el pañuelo este sábado. No iba a ser capaz de resumirlo.
Moisés, exultante, como quien va a felicitar a su hermano recién casado. Javi, con las dudas que deja la felicidad de vestir a un recién nacido. No sé si a Moisés le auparon o flotaba. Javi remoloneaba, luego supimos que es que estaba ayudando también a subir a su padre, fallecido. Arriba, magia, hicieron desaparecer al torico bajo un abrazo. Juntos, como solo hacen las verdaderas parejas, pusieron la tela color rojo corazón. Se encaramaron. Y miraron al resto, con la única respuesta posible del que gana, un gracias. Creo que fue Moisés quien tiró al aire el gorro de los Marinos, como podía haber tirado cualquier cosa, porque a esas horas ya todo importaba menos.
Apenas fue un segundo creo, pero pasaron tantas cosas que, por un momento, me pareció menos importante que sigamos dejando toneladas de plástico, que sea una fiesta para adolescentes, y no para todos, que la mugre pueda con la tradición, a veces, desplazada, que falte calidad y haya, en cambio, exceso de “remember” y de potra. Y, sobre todo, que se mantenga, en lugar de mejorarse. Porque se puede pensar que no hay emoción igual, y, a la vez, decir que a la Vaquilla le faltan cosas, esta vez, hasta un par de horas.
Cartier Bresson lo llamaba el instante decisivo. Ese momento que atrapaba con su cámara. Decía que la vida fluye deprisa y que las imágenes desaparecen. No quería documentar nada, eso es muy aburrido, afirmaba rotundo. Sentí eso mismo cuando Javi y Moisés se encaminaban para poner el pañuelo este sábado. No iba a ser capaz de resumirlo.
Moisés, exultante, como quien va a felicitar a su hermano recién casado. Javi, con las dudas que deja la felicidad de vestir a un recién nacido. No sé si a Moisés le auparon o flotaba. Javi remoloneaba, luego supimos que es que estaba ayudando también a subir a su padre, fallecido. Arriba, magia, hicieron desaparecer al torico bajo un abrazo. Juntos, como solo hacen las verdaderas parejas, pusieron la tela color rojo corazón. Se encaramaron. Y miraron al resto, con la única respuesta posible del que gana, un gracias. Creo que fue Moisés quien tiró al aire el gorro de los Marinos, como podía haber tirado cualquier cosa, porque a esas horas ya todo importaba menos.
Apenas fue un segundo creo, pero pasaron tantas cosas que, por un momento, me pareció menos importante que sigamos dejando toneladas de plástico, que sea una fiesta para adolescentes, y no para todos, que la mugre pueda con la tradición, a veces, desplazada, que falte calidad y haya, en cambio, exceso de “remember” y de potra. Y, sobre todo, que se mantenga, en lugar de mejorarse. Porque se puede pensar que no hay emoción igual, y, a la vez, decir que a la Vaquilla le faltan cosas, esta vez, hasta un par de horas.