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Pueblos felices Pueblos felices

Pueblos felices

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Javier Lizaga

Imagínense, se llamaría Pueblos felices y casi todo está dicho. A un lado, un alcalde, un vecino o alguien de la asociación de Amas de Casa explicando que en su pueblo se vive de rechupete, que son el nuevo Marbella, que hay polígono, o padel o que se están enfocando al turismo ornitológico. Del otro lado, un poblador también revenido, un donjuán demográfico, un hombre o mujer, sin importar edad o si vota a Vox, dispuesto a rehacer su vida. Al cierre del programa se estarían ya firmando los contratos de alquiler y España entera sería una fiesta. Ni ayudas europeas ni leches.

Bauman habla en El arte de la vida de que sufrimos a diario un fenómeno parecido a las enfermedades psicosomáticas. Éstas que tienden a borrar la distinción entre “las cosas como son” y “las cosas como pretenden ser”. Viene a explicar que por mucho que nos creamos que por comprar unas zapatillas y una mochila somos montañeros, pues no, y que un coche nuevo tampoco nos hace libres, ni un viaje a China, unos aventureros. Expone esa creencia de que “siempre se puede” cambiar de identidad, y que hay que creerse que siempre puede ser uno feliz. Ese siempre suele vincularse a la cuenta corriente claro. Y Bauman es más elegante que yo, que lo resumo en que somos gilipollas.

El lunes recuperaron en Manzanera el teléfono fijo después de 19 días y sin que ni siquiera Telefónica (vamos a dejarlo claro) se haya dignado a dar una explicación. Podría hacer bromas, comparaciones o demagogia, pero ni quiero, ni hace falta. Lo triste es que sobra con la realidad. Hablando con otros alcaldes, uno me contaba que llevaba diez dias sin servicio de una compañía de móvil, otro que se les va la luz dos o tres días a veces, otra que cada vez que hay tormenta se quedan sin señal de televisión. Técnicos que están a 3 horas, compañías que no dan la cara y vecinos que me decían, en general, se sienten demasiadas veces “desconectados”.

Son muchos, unos viven en la calle de al lado, otros en una gran ciudad. Me refiero a los que sostienen, en esta realidad de marketing, que uno es más feliz por no quejarse, más optimista por negar la realidad. Tendría audiencia Pueblos felices, aunque, como las parejas de los programas de citas, escaso futuro. El problema no es ya confundir la realidad con lo que uno pretende que sea, sino pensar que somos tontos del haba.