¿Quién lo iba a pensar? Dicen las pancartas que sostienen zagales, asalariados y abuelos precarios que los pisos están por las nubes. Cae bien como apertura del telediario: los que están repiten que “esto viene de lejos”, los opuestos pueden prometer algo, y el espectador empatiza con su primo, que ya me dijo que no encuentra nada. Hay que evitar mencionar que es el mismo país donde la avaricia humana, y la de los banqueros, y el ladrillo entraron en crisis en 2008, por querer hacernos ricos sin trabajar.
Siempre se puede ir a terapia, o a un coach: “No permitas que nadie te diga que hay algo que tú no puedes hacer. Si tienes un sueño, persíguelo”. Lo parafrasean irónicos Cabanas e Illouz en Happycracia. Aunque vaya, resulta que tanto responsabilizar al personal, explican, solo agrava ciertos problemas de ansiedad y depresión. Qué cosas.
Las estadísticas certifican que la vivienda ha subido entre un 40% y un 60% en 7 años, cuando los sueldos sólo han subido un 18%. Si conocen, por cierto, a alguien cuyo sueldo haya subido un 18% merece una columna. La España rural llena de casas vacías de los que se fueron a la capital, jodidos ahora por los pisos turísticos, esos a los que todos vamos cuando se puede viajar, incluidos los de las pancartas. Se llama capitalismo voraz. Canibalismo. Los más optimistas piden regular precios, incautar pisos…y los viejos, antes llamados mileuristas, sonreímos por si el comunismo se pone de moda.
Se podrían, incluso, promover viviendas y alquileres sociales pero, si apostamos, las administraciones sacarán suelo, con la promesa de que así el mercado se regulará al haber más oferta, confíen en el Tío Gilito. Si el futuro es oscuro es porque el presente es opaco, sentencia Marina Garcés que nos recuerda que ya en el 15M había un colectivo, Juventud sin Futuro, cuyo lema era “Sin casa/sin curro, /sin pensión”. Y lo malo es que 15 años después estamos igual, o peor.