No recuerdo muy bien el verano y, quizá, sea el mejor síntoma. Recuerdo el colgante de plástico para llevar monedas que nunca llevaba monedas, el primer verano con piscina, que mi padre la llenó a mitad para que aprendiera a nadar. No se me olvidan los sudores en la infernal clase de mecanografía, tipo galeras, y que, para mi cumple, siempre faltaban amigos porque estaban en el pueblo. Recuerdo leer que volvía Martín Vázquez y a Antonio Gala. Tardes de bici con mi primo y alguna en el minigolf de Benidorm, tan futurista como la Inteligencia Artificial ahora.
Mi verano comienza ahora esperando que llueva, para que el campo reseco y mal cuidado no arda y se quede mudo, triste y negro, porque ya lo he vivido. Contaremos, otra vez, que los camiones de la diputación tienen que llevar agua porque han venido los veraneantes. Algunos se quejarán porque “cómo está esto así”. Faltarán médicos, a porrillo, y algún pueblo lamentará que el colegio va a cerrar. Contaremos también que empiezan los festivales, menos mal, y por supuesto, alguna chorrada, ya saben, los medios.
Dan ganas de decir que seguimos igual: las cabeceras de comarca llevan diez años perdiendo población, de los 1.000 vecinos menos de Andorra, a los 100 que han perdido los boyantes Alcañiz, Mora y Albarracín. Es la segunda ola de despoblación que les pasa por encima mientras siguen con los estudios. Y el ferrocarril pues eso, ¿a quién le interesa el Corredor Cantábrico? Desde que veranean en Salou, los de Zaraguay no lo ven urgente. ¿Lo van a solucionar los de “se acabó la fiesta”?
Pues no todo sigue igual. Quizá lo parezca porque siguen las guerras y parece que tampoco le importa mucho a nadie, mirándose cada uno su ombligo. Como dice Alberto, esperemos que, para eso, tampoco se acuerden de nosotros, que en este rinconcito del mundo no se está tan mal. Aunque se podría estar mejor.
Mi verano comienza ahora esperando que llueva, para que el campo reseco y mal cuidado no arda y se quede mudo, triste y negro, porque ya lo he vivido. Contaremos, otra vez, que los camiones de la diputación tienen que llevar agua porque han venido los veraneantes. Algunos se quejarán porque “cómo está esto así”. Faltarán médicos, a porrillo, y algún pueblo lamentará que el colegio va a cerrar. Contaremos también que empiezan los festivales, menos mal, y por supuesto, alguna chorrada, ya saben, los medios.
Dan ganas de decir que seguimos igual: las cabeceras de comarca llevan diez años perdiendo población, de los 1.000 vecinos menos de Andorra, a los 100 que han perdido los boyantes Alcañiz, Mora y Albarracín. Es la segunda ola de despoblación que les pasa por encima mientras siguen con los estudios. Y el ferrocarril pues eso, ¿a quién le interesa el Corredor Cantábrico? Desde que veranean en Salou, los de Zaraguay no lo ven urgente. ¿Lo van a solucionar los de “se acabó la fiesta”?
Pues no todo sigue igual. Quizá lo parezca porque siguen las guerras y parece que tampoco le importa mucho a nadie, mirándose cada uno su ombligo. Como dice Alberto, esperemos que, para eso, tampoco se acuerden de nosotros, que en este rinconcito del mundo no se está tan mal. Aunque se podría estar mejor.