Señores jueces, nunca más. Strassera y Darín prueban lo reconfortante de la confusión entre vida y cine. Museos, centros comerciales, salas y plataformas solo han sustituido el platillo de las iglesias por otras cuotas, teoriza Ingrid Guardiola. Allí encontramos ahora recogimiento y consuelo. La imagen no deja de ser el espejo en el que nos queremos mirar.
Argentina, 1985 (mejor película Iberoaméricana en los últimos premios Goya) rescata la historia del fiscal Strassera, responsable de armar la acusación que permitió encarcelar a los “milicos” argentinos de Videla. Los que secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de argentinos, con la falsa coartada de luchar contra el terrorismo.
“¿Cómo estamos? Fatal. Esperamos que bombardeen, miramos y no pasa nada... Hay zonas donde quitan luz, la ponen... El 90% se han vuelto. Es difícil vivir aquí, más tranquilo, pero ...queremos vivir en nuestra casa”.
Algunos de los ucranianos que han encontrado refugio en Teruel nos devolvieron el viernes a la realidad. No hablan de tanques Leopard, ni de F16, nada de visitas de jefes de Estado.
Para ellos la guerra se resume en llamadas aterradoras, lágrimas, noches sin dormir, impotencia, casas destruidas, vidas varadas. Familias que sobreviven en un infierno.
Votamos más que informamos, resumía Ramiro Villapadierna, sobre los males de los medios de comunicación españoles.
Queda la duda con Ucrania de si vemos lo que miramos. 8 millones de refugiados (Austria entera), 30 billones en armas y 7.199 muertos. Con ellos ha muerto esa idílica convivencia en paz.
Nuestro mundo está en cuestión y, entre medias, la necesidad de repensar qué es y hasta donde Europa está unida.
De discutir sobre tomates a afrontar una guerra. Sólo en las películas el final está escrito. Eso sí, suelen mostrar que las atrocidades tardan demasiado a ser tenidas en cuenta.