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No hay elección No hay elección

No hay elección

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Javier Lizaga
La ignorancia ha pasado de anidar en la primera página de un libro de Vargas Llosa a parasitar la compra de una sartén. Saber que “Cojinoba Lañas le cayó por primera vez a una chica”, esto es, que le pidió salir, te llevaba directamente a Miraflores.

La certeza de que se te pega la tortilla te lleva a un desasosiego que ni Pessoa. Como buenos postrenacentistas sabrán que cualquier compra requiere hoy un estudio pormenorizado: un análisis de las marcas, modelos, materiales y precios. Un máster, por resumir. O recurrir, como si fuera Jesús del gran poder, a tu cuñao.

Tenía una metáfora preciosa Sartre. Comparaba la vida con una “elección de elecciones” y a nosotros con ratas de laboratorio ante un mundo ordenado, solido e imperturbable. Bauman explica que ni eso.

El mundo está tan cambiante que como mucho ahora queda buscar algún atajo entre premios inesperados y trampas.

Si te vas a comprar un jersey necesitas saber el Pantone del año y el último acople de la Leti.

Si te da por hacer deporte, te vaticinan la muerte por espasmos si no llevas el grip o el material, por su precio posiblemente usado en el Sputnik, adecuado.

Tienen tanto prestigio las decisiones, que la imagen de un hombre poderoso, el amo del mundo, le recrea a punto de tomar una decisión. La primera vez que filmaron a un presidente de los Estados Unidos en su despacho de la Casa Blanca fue en 1917.

Las mesas, los despachos, los teléfonos y las multi-pantallas se han convertido en icono visual del poder de los grandes líderes.

Escenificar la elección, como si elegir, poder elegir, un misil o una sartén, fuera la clave del poder.

Están ustedes ante un tipo cuyo primer chandal fue de táctel, combinado a su vez con una camisa y unos zapatos en ocasiones. Era lo que había. Y éramos felices.

Hoy somos más expertos, tenemos más opciones y quizá menos elección. Y de momento, la misma sartén.