Pero esto, ¿quién lo paga? Rodrigo Terrassa le dedicó a la corrupción valenciana la maravilla titulada La ciudad de la euforia. En uno de los capítulos relata como los ciudadanos, embobados, se apelotonaban a la entrada de la Lonja (edificio municipal) para ver cómo desfilaban los invitados a la fiesta que Prada daba en Valencia y para jalear a famosetes y politiquillos (corruptos) que entraban. Nadie se preguntó, dice Terrassa, ¿de dónde salían los dineros para semejantes excesos de unos cargos públicos? Jaleaban a quienes, por la mañana, les robaban.
Media España hemos mirado estupefactos este puente como Madrid rebosaba, a punto de potar. Leía en redes a un madrileño que se cuestionaba qué culpa tienen ellos, los de Madrí. Y recordaba la pregunta de Terrassa: “pero, ¿esto quien lo paga?”. Siempre es la misma respuesta: nosotros, idiotas, nosotros. Los mismos que pagan las luces de Abel Caballero, los polígonos vacíos y la crisis de los bancos.
Para los que duden del tamaño del problema: en Grecia un movimiento reclama sus playas, numerus clausus en la Acrópolis, ley anti Airbnb en Nueva York, pueblos en la Costa Brava que no pueden gestionar la afluencia.
¿El coste? En Malaga en el último año el alquiler ha subido un 28%. Es la España donde los servicios sanitarios se saturan en la costa, las calles están sucias y los vecinos huyen del centro. Incluso en Teruel cabe preguntarse si lo que queremos es un parking de caravanas petao, autobuses que arrasan y se piran y unas callejuelas históricas y llenas de meadas. Teruel, ciudad del amor. Amor al sablazo, como te descuides.
En Valencia, cuenta Terrassa, que nadie quería encender la luz y acabar con la fiesta. El turismo también es un chollo fácil para muchos políticos, “un motor económico”.
Pero a ver si vamos a acabar pagando los mismos que estamos jaleando en la puerta. Ojo que las ovejas cuando se amodorran pierden hasta el apetito.