Síguenos
Mais Mais
banner click 236 banner 236
Javier Lizaga

Fue un cursillo de política, de gallego y de conciencia medioambiental. Fino, como un hilillo de plastilina, pero fue. El mejor momento del documental Prestige (Salvados) es cuando José Luis López Sors, exdirector general de la Marina mercante, se queja de haberse pagao el hotel, el tren (“que el avión era más caro”) y las comidas a pesar de que “yo vine a defender a España”. Aunque defendía, ante el juez, la orden de llevar el Prestige a alta mar, para que se hundiera. Esto es, la mayor catástrofe medioambiental conocida en España.

Es una tradición la de salvar la patria y joder al personal. Arraigada como la de quienes confunden persona y cargo, un tema que parece de lingüística pero que también es de ego y del Antiguo Régimen. Los que mandan siempre están dispuestos al mayor de los sacrificios por el bien, solo que “el bien” lo deciden ellos y el sacrificio lo hacen el resto. 4.447 millones de euros, en concreto, costó aquello (pérdidas de pescadores, turismo, compensaciones, limpieza…). Cuentas que cuadran siempre. Las ganancias se reparten entre cuatro, los destrozos medioambientales entre todos.

El Prestige es, otra vez, un ejemplo redondo. Ni la aseguradora, ni la empresa armadora, que puso en el agua una chatarra, han pagado un euro, ni estuvieron en el juzgado. Al ministro que dijo que “no se preveían grandes problemas en las costas” (2.000 kms pringados), Arias Cañete, le hicieron Comisario Europeo por el Cambio Climático. Al que dijo que eran unos hilillos de plastilina, Mariano, presidente. A ¿quién paga? se puede contestar con un ¿cuándo montamos la siguiente?

La galería se completa con Rodolfo Martín Villa, político franquista, investigado por la muerte de cinco manifestantes, y que ha dirigido desde Endesa (finalizó la privatización) a la Sareb (banco malo) o Sogecable. Y cuya primera solución fue intentar manejar a los periodicos gallegos. 20 años después solo recordar que se gritaba “Nunca mais”, no “mais, mais”. Porque siguen sin aprender que hay cosas, como el chapapote, que vuelven y te acaban enfangando.