Les reto a que le expliquen una guerra a un niño. Las mentiras suelen caerse como un edificio en ruinas. Sin avisar. No es que la guerra sea una mentira. Es que está rodeada de tópicos, de eufemismos, de peros, de verdades relativas… pero “¿por qué se mata la gente, papá?”. Incluso, en una pirueta, trato de asegurar que algo tan bárbaro no puede pasar aquí. Y ellos me recuerdan que aquí también hubo guerra. Mientras lo niego, por dentro pienso si se repite la historia o la estupidez y borro de las actividades más excursiones por las trincheras de la provincia.
El otro día además conocí a un pobre, bueno a dos. Me siento un privilegiado. Porque.. como “no existen”. Luz me cuenta que es maravilloso que alguien te de esperanza, te diga, “aquí puedes sacarte el título que necesitas”, porque ella- te informa sin preguntar- tiene estudios, pero aquí no le sirven de nada. Hanan sólo quiere currar. De lo que sea. Tiene más ganas que palabras. Se tapa la boca y hay que animarla. No quiere hacer ridículo y, sin embargo, es la más valiente. La que ha querido dar la cara. Juan cuenta que por allí pasan más de dos mil personas al año. Por Cáritas. Los nuevos pobres no se mueren de hambre: no pueden atender a sus hijos, no tienen ordenador, les falta formación, o están sólos, tan sólos que no tienen ni a quien pedir ayuda. Un estudio denunció en 2008 que una supuesta nación compuesta por los perros de los hogares americanos tendría más ingresos que Egipto o Paraguay.
Javier Espinosa, corresponsal, cuenta que en una guerra todo se extrema, no sabes si te van a querer cortar la cabeza o salvar la vida. La fábrica de pobreza ya está en marcha: los puentes derruidos, los aeropuertos y los edificios reventados, las vidas varadas…Lo peor no son los muertos, son los que vivirán con ello. Asusta también que nos traten como a niños: todo es culpa de un loco. Detrás de Hitler había empresarios, artistas, filósofos y gente sin más, mucha gente. Nunca los locos operan sólos. Zweig explicaba que la guerra (1914) llegó por la codicia, sentirse fuertes les cegó. Hoy podemos añadir el egoismo: sanciones sí, pero que no me perjudiquen a mí. Mafalda le preguntaba a su osito, frente a una bola terráquea, si sabía por qué el mundo es lindo. “Porque es una maqueta –le concreta-, ¡el original es un desastre!”.