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El profeta El profeta

El profeta

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Javier Lizaga

Difícil saber si en Teruel va más escasa el agua o la cultura. Tragicómico es que truene el mismo día y a la misma hora que toca Robe. Sin fe, en maldiciones bíblicas o meteorólogos, hay que pensar que fue un verdadero remember (y no el puto Paco Pil). Porque hay que haber vivido lo que se añora, como las colas para escuchar algo que no suene a autotune ni a dj. Recuérdese que los “peludos” sonaban a las tantas. El primer milagro es que vi gente que pensaba muerta. Alguno pensaría lo mismo de mí. Solo espero que no me viera tan mal.

“Tocaremos hasta que digan los técnicos”. Buuuu. “Pues hasta que nos electrocutemos”. BIENNN. “Eso sí, eh, cabrones”. Los vendedores de enciclopedias te lisonjean, los colegas te insultan. La primera revelación y ni sonaba la música. Pasamos de estar “donde nunca pasa nada”, a ser maestros “en la contradicción”. Convinimos públicamente “en hacer un mundo más feliz”. Y sin fumar nada, bueno, algunos. Lo maravilloso de Robe es colocarnos entre amapolas, puertas abiertas y amaneceres para relatarnos el puto fracaso que es vivir. Un quiero y no puedo. Y luego soltar un “me estremezco solo de estar contigo respirando el mismo aire”. Tan evidente que esto no tiene sentido, como que es sencillo volar un rato, “me olvidé de poner en el suelo los pies”.

Patas arriba la discografía, con un violín al mando, tras recitar unos versos, como si prefiriera autodestruirse que repetirse, Robe se arremangó la falda (más autenticidad y menos gilipollez) y se intuyó una sonrisa. Sonó una intro y nos fuimos “a tomar por culo”. Como una visión, decidí que “Jesucristo García” es la mejor canción de la historia de la música española. Robe hizo entre las dos partes una jam session con guitarras. “¿Cuánto más necesito para ser yo, yo, yo?”. Porque cuando gritábamos, hace 30 años, eso de “para estar tan colgado, hay que echarle güevos”, no sabíamos que era de vivir, joder, de vivir. Parece un profeta, dijo mi amigo David. Y Robe se dio media vuelta, se piró guitarra al hombro, y se intuyó el cielo gris otra vez.