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El enjambre El enjambre

El enjambre

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Javier Lizaga

Esto eran 20 frailes que vivían en un convento, todos tenían la cabeza pelada, todos barba blanca, vestían hábito e iban en fila…comienza Fray Perico y su borrico, algo así como el C. Tangana de la literatura infantil en mi cole, y que visto con perspectiva es la historia de un inútil con buen corazón. Busco referentes, estos días, del comportamiento gregario, por un lado, de la estupidez, por el otro. Hay quien ha comprado más aceite de girasol del que consumirá en los próximos diez años, quien gasta el papel del vater comprado hace dos años y quienes aun están esperando estrenar los campingas que les salvarían del desabastecimiento en verano. No es cosa nuestra, en Italia se han agotado las compresas de yodo (tratamiento tras un ataque nuclear) y en Valencia hay quien espera tres horas por unos petardos. La vida es así.

Rocky IV ya deja claro que los malos son los rusos y los juicios que nunca sabes cuando se tuerce todo. Quiero recordar que uno de los tiroteados por los hermanos Latasa llevaba los calzoncillos al revés, algo que Bridget Jones justificaría seguro. Asumida la incertidumbre y puesta en duda toda información que sale de una guerra, me gustaría centrarme en nosotros. ¿Por qué somos así? ¿Todos tenemos dentro un seleccionador nacional, un pequeño cenutrio y un cenizo? Baudrillard hablaba de la precesión de los simulacros, algo así como que encontramos a veces la explicación antes que el suceso. Llevamos dos años atribuyendole mierdas a la pandemia, hay empresas que, de hecho, usan ahora los ERTES para regular la producción y ya ni se acuerdan del covid. Me pregunto cuántas miserias tapará ahora la guerra.

Otra buena explicación la firma Byung-Chul Han que acuñó el término “enjambre digital” para retratarnos como sociedad. Algo así como una concentración casual de personas pero sin alma, ni espíritu. La mejor figura es la del enjambre, ese grupo nutrido, pero sin sentido, que genera un ruido ensordecedor pero sin voz. A veces, demasiadas últimamente, me siento entre la anécdota (la historia que se pierde) y la avalancha informativa. Entre la estupidez del aceite de girasol y la admiración a quienes organizan y ayudan. Pienso entonces si tanto ruido, no esconde simplemente miedo. Miedo a tener que tener miedo de verdad.