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EFE/Jorge Zapata

Desfasados

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Javier Lizaga
Lo decía Cruyff: “Fumo muy poco, unos diez cigarrillos diarios pero dos horas antes de cada partido siento la necesidad de fumarme uno”. La normalidad es relativa, por eso nos gustan los deportes y los tribunales.

Los récords, como la realidad, siempre son superables y cada maestrillo tiene su librillo.

Conozco periodistas que van a una cobertura con la noticia ya escrita, que bastantes incertidumbres tiene la vida, diría Bauman.

No hay mayor incertidumbre que un verano. Ya de pequeño ibas en el Talbot Horizon bien instruido: “Si ves a la Guardia Civil, te agachas”, porque total para qué sacar los dos coches y nos metemos los siete aquí.

Porque el verano es también excesivo. Primero quisimos ser metrosexuales, joder con depilarse las cejas como Beckham, después llegaron los indies, con pinta de “no tener ganas de hacer nada y de tener un montón de traumas infantiles”.

Lo clava Ana Iris Simón (en Feria) y recuerda que ahora solo se puede mirar un escote si eres un cantante de reguetón en un videoclip.

Imagino que en unos años leer el periódico en la playa estará tan desfasado como las camisetas que rezaban “Mis abuelos que me quieren me han traído esta camiseta de Benidorm”.

Las vacaciones son ese momento en que uno se da cuenta de que no da tiempo ni de quedar con todos los que querías, ni de ver todo lo que pretendías, ni siquiera de leer los dos libros que echaste a la maleta, pero que da igual.

¿Cómo va a ser el comienzo si no pasó nada? Les pregunta CJ Hauser a sus amigas cuando les cuenta que no se atrevió nunca a decirle nada a la chica que le gustaba.

El comienzo, dice, es simplemente la primera vez que sientes algo, que tratas de ser de cierto modo, aunque no lo hagas. “Las noches que no” las llama.

El fracaso siempre es un buen inicio y el verano el mejor momento para sentirse desfasado, y para ponerse una camisa de flores.