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De moda De moda
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Javier Lizaga

Cruzan al lado de usted el paso de cebra, van al mismo médico y hasta puede que bajen al Puerto de Sagunto. Y lo peor es que, exactamente, uno no sabe dónde están. El otro día escuché al gran Ramón Besa decir que “lo facha está de moda”. ¿Tan de moda como las “babys” de Aitana?, pensé, e imaginé a Bisbal, sin “makinas” y con otro saludo más a los tiempos: “¿Cómo están los fachas?”.

Creo, de hecho, que debería intervenir la Real Academia de la Lengua. Si el vecino me lleva la contraria, fascista, si alguno no atiende a razones, fascista, si lleva la pulserita y se sabe el himno como el avemaría (Bisbal bis), facha, si critica cualquier cosa que me mola y no puedo defenderme, fascista. Términos como tonto del haba, prepotente, idiota, nacionalista y el siempre polisémico gilipollas no deben quedar en desuso.

Ser un facha implica una idealización del pasado, del orden y considerar lo militar como sujeto político. Suma el uso de la propaganda (mentir deliberadamente y manipular lo que piensan otros). Supone abominar de los intelectuales. Son dados a inventar conspiraciones, confabulaciones y poseer revelaciones. Partidarios del orden natural y muy victimistas (lo tradicional siempre está amenazado). Siempre proclives al orden público, vía más fuerzas de seguridad. Y subrayan eso de “el trabajo nos hará libres”, muy nazi y muy de culpabilizar a “los vagos”. Queda sumarle el culto al líder y tenemos lo que Jason Stanley y Ester Jordana llaman fascismo.

Bataille alerta de que frente a la crisis (ya no hay un modelo cultural, social, sexual o vital predominante) y la imposibilidad de asumir lo heterogéneo, el anhelo de comunidad y de unidad, se convierte en un anhelo de fascismo. Como si surgieran fascistas por defecto, o mejor, por miedo a no poder controlar todo lo que les rodea. Quedan también los indeseables, los maleducados, los violentos (esa sí, es la lacra moderna del deporte) y, repetimos, los gilipollas, más que longanizas, que decía mi abuelo.

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