-“Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà!”
-“Mira, mira”
-“Dios, impresionante”
-“Los pelos de punta”
La secuencia, que bien podría pronunciarla una fallera y sus colegas puestas de tripis, son las frases de unos social manager, marketin expert, youtubers, algun ingeniero…resumiendo, cuatro gilipollas. Concretamente, doce. Seguro que saben que cayeron las torres de refrigeración de la central de Andorra. Pues esos que aplaudían cuando cayeron, o parte, eran estos cagamandurrias invitados por la compañía italiana. Supongo que para vivir una experiencia que te pone la gallina de piel, decía Cruyff.
No hay, certifica el filósofo Jose Luis Pardo, un espectáculo que supere al de una guerra en directo o la caída de las Torres Gemelas. De hecho, nunca pensaba yo que las nuestras, trillizas, dieran para tanto. Visto el tirón de la destrucción podríamos poner webcam en unas cuantas iglesias (Bueña, Montalbán,…) e ir viendo caer piedras. Bien organizado se podría televisar el entierro del último paisano de algun pueblo. Entre medias, se emiten pajares y masías en ruina. Si la pena vende, tenemos un filón.
La realidad supera la ficción, remacha Pardo. Resume, en una frase hecha, un pensamiento profundo: la creencia, casi bursátil, en que el futuro será mejor, igual que las acciones parece que siempre suben. Un concepto de historia donde lo mejor siempre está por venir, basada en una especie de fe, de simulacro. Llevado al terreno, es dar por sentado que la destrucción de Andorra asegura un futuro renovable y boyante.
Por eso eran necesarios los chimpancés mediáticos, para darle alegría al petardazo. Porque los de aquí seguimos empeñados en que, de momento, en 3 años ni empresas, ni empleos, ni vergüenza. Sólo vecinos que se marchan y tiendas que cierran. Pesimistas o realistas, elijan ustedes. En esta historia donde el futuro es siempre mejor, los desgraciados se justifican con una especie de justicia: “No hay otra opción”, afirman. Solo porque les vaya sonando, por si eso, no lo cuentan con tanto bombo y platillo.
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