Las mejores noticias te las cuenta alguien, nunca el telediario. Tan viejo como que las mejores noches siempre son improvisadas. Andrés Sancho parece haber vivido bajo esa premisa. El rapsoda del pueblo, el turpial que más trina, el chivo que más mea, como describe Salcedo Ramos a Diomedes Díaz en la crónica más famosa de Sudamérica, La eterna parranda. El titular sería que por cuadragésima cuarta vez el músico turolense ha vuelto a amenizar las fiestas de invierno de Barrachina.
Sancho tiene una sonrisa que ya es un resumen de vida. Es un fracaso para el sistema y un triunfo para los que dudamos que el tiempo se pueda comprar con dinero. Cumplir para él, ríete de la declaración de la renta, es haber vuelto ya 45 eneros, hay que descontar el año de la pandemia le corrige su hijo David, a Barrachina. Aunque últimamente se tengan que ir a cenar al pueblo de al lado.
Barrachina es esa parte de España donde solo se nota que es domingo porque hay misa y si se sale en las noticias es por algo malo. Unos treinta vecinos, hacía tanto frío “que ni salieron”, informa Sancho, que cumplió con el pasacalles. El video ilustra después la verbena. Suena “pajaritos por aquí, pajaritos por allí”, un corro de mujeres en formación pilates parece bailar y una pierde el equilibrio al intentar su culo emular al de Shakira.
Es prácticamente imposible hacer las cosas de forma excelente, decía Enric González del periodismo, lo aplicaría yo a la vida, al menos, la de verdad, la de antes, cuando no había fotos. Las canciones de los Sancho, Andrés y David, son un manual de instrucciones. Tocar el saxo como Sancho es como ser el dueño del balón cuando teníamos 6 años. Sabíamos que el partido, como la fiesta, no dependía de todo lo que nos rodeaba sino de nosotros mismos. “No interrumpan” aconseja Leila Guerriero a quien quiera aprender a escribir, y sirve también para vivir, hay que dejar siempre que los Sancho sigan tocando.
Sancho tiene una sonrisa que ya es un resumen de vida. Es un fracaso para el sistema y un triunfo para los que dudamos que el tiempo se pueda comprar con dinero. Cumplir para él, ríete de la declaración de la renta, es haber vuelto ya 45 eneros, hay que descontar el año de la pandemia le corrige su hijo David, a Barrachina. Aunque últimamente se tengan que ir a cenar al pueblo de al lado.
Barrachina es esa parte de España donde solo se nota que es domingo porque hay misa y si se sale en las noticias es por algo malo. Unos treinta vecinos, hacía tanto frío “que ni salieron”, informa Sancho, que cumplió con el pasacalles. El video ilustra después la verbena. Suena “pajaritos por aquí, pajaritos por allí”, un corro de mujeres en formación pilates parece bailar y una pierde el equilibrio al intentar su culo emular al de Shakira.
Es prácticamente imposible hacer las cosas de forma excelente, decía Enric González del periodismo, lo aplicaría yo a la vida, al menos, la de verdad, la de antes, cuando no había fotos. Las canciones de los Sancho, Andrés y David, son un manual de instrucciones. Tocar el saxo como Sancho es como ser el dueño del balón cuando teníamos 6 años. Sabíamos que el partido, como la fiesta, no dependía de todo lo que nos rodeaba sino de nosotros mismos. “No interrumpan” aconseja Leila Guerriero a quien quiera aprender a escribir, y sirve también para vivir, hay que dejar siempre que los Sancho sigan tocando.