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Aqui "estubo"

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Javier Lizaga

Podría ser el día de la silla de enea, carreteras secundarias con más espectadores que el circuito Guadalope. Mientras, ambiente pandémico en la ciudad, escuchar el picoteo de un gorrión, embelesarse y, a la vez, ser carne de psiquiatra. España siempre con ese espíritu de Thelma y Louise. Huir, huir y huir, aunque ya no sepas ni de qué.

Acuerdo tácito: inviernos de sardinas urbanas en lata, veranos de sardinas a remojo en Benidorm. Ya se ha quedado vieja hasta la de Ixo Rai. Propongo “qué alta la turra del disyoquey, ya´n empezao con la monserga del reguetón, anda vamos que voy a pillar tickets”.

Es época de romerías y siempre hay alguno que toca la dulzaina al personal. Así son los pueblos. En Monteagudo, con el obispo a la cabeza, se reinauguró este lunes una ermita que llevaba medio siglo para guardar ovejas, medio derruida y llena de hollín.

Buen sitio para predicar que, sin dudar de los otros, las restauradoras de la Fundación Santa María hacen milagros. Entre mitologías y arabescos, han dejado unas pocas inscripciones de quienes pasaron allí algunas noches durante la guerra civil.

Llama la atención que su firma sea un simple “aquí estubo” seguido de un Juan, una Avelina o un Maximino. Alguno de ellos también firma un agosto y no pinta que en fiestas.

“Aquí estubo”, como si, a veces, sobrara con estar, aunque sea lejos de casa y en medio de una guerra. Brindo porque recuerdo tu cuerpo, pero olvidé tu cara, canta don Andrés, brindo porque olvidé los motivos porque brindo.

Estar, tiene guasa porque siguen, aunque esos nombres sólo certifiquen ya lo fácil que olvidamos. Una ermita que se sitúa entre el vitalismo y la memoria histórica, vaya paradoja.

Quizá sea lo más justo en la fiesta que instituyó el emperador Augusto para celebrar el final de las cosechas, 18 años antes de Cristo y, por tanto, también de las vírgenes. Pero ya saben lo caprichoso del olvido.