La acera es un estado de ánimo. No me acordaba de lo sucio que está Domingo Gascón. Aunque nada que ver, a mayor ciudad, más mierda, el hollín como la huella que nos dejan las calles. “Voy a… A ver si me tocan 20 o 30 millones”. Uno se cruza frases, pasear e hipotetizar. La suerte es un refugio. Hemos recuperado las caras, leer los labios, sonreír gratis. No me había dado cuenta de que iba tanto personal a esa tienda. Y han abierto una peluquería en este local, el que nunca funciona, la Ronda es un misterio. El marketing no puede con la costumbre. Y ¿ese coche?, ser padre tiene algo de taxista. Mi tía viniéndome a recoger en el Talbot. La lluvia era merendar antes y verla sonreír. No había móvil, solo un pacto. Si llueve, voy a por ti.
Poco comercio pero el suficiente para que haya coches parados en medio, o la segunda fila turolense. Espero que lo pongan pronto entre las tradiciones, con la Vaquilla y la Semana Santa. Vuelve a llover. La chica de la hora cobijada bajo el toldo. Los días de lluvia siempre preguntan lo mismo, son los días en que uno confirma si vives en el sitio adecuado. “¡Hola!”. Me gusta la gente amable. Qué horrible está la acera, siempre llena de parches.
Ya se ha puesto verde. Casi nunca hay que esperar mucho aquí en el viaducto y, aun así, no hay abuelo que espere. No viene mal la lluvia, y la vista siempre al mismo sitio, al hierro mal cortado de una señal. Turística y descuidada. Cruzo el viaducto y veo el pesetero apretando gente en la acera. Una mascarilla en el suelo. Confirmación de que además de guarros, hay muchos extremistas. Entre tirarla o no quitársela, sobra con meterla al bolsillo. Qué bonitos todos los horizontes.
Decía Benjamín que pasear es atrapar huellas que siempre nos llevan a un crimen. El culpable, inatrapable, es el espíritu de la ciudad. Doblin decía que Berlín era el legado de la gente que había muerto y lo que hace la gente de hoy. No está tan mal que se quede sin batería el móvil. Creo que voy a apagarlo un rato cada día. No se lo digáis a nadie, por favor.