

Querido lector: Cuando visitas plantas de hospitales en las que se encuentran ingresados niños, como ocurre en las de oncología infantil, seguramente habrás notado que el ambiente es cálido y amigable, en un intento de paliar el doloroso trance por el que pasan los menores y sus familias.
La decoración, los uniformes del personal sanitario y, por encima de todo, la actitud y amor con el que trabaja el capital humano de esas plantas, nos recuerdan que estamos tratando con niños, que merecen todo nuestro esfuerzo.
Esa humanidad debería llegar también a la Administración de Justicia. Un menor que ha sido víctima de un delito necesita sentirse arropado. Hace tiempo que se venía reclamando la necesaria especialización de los órganos judiciales, de la Fiscalía y de los equipos técnicos que prestan asistencia en los juzgados y, para ello, la Ley Orgánica de medidas en materia de eficiencia del Servicio Público de Justicia ha creado la sección de “Violencia contra la Infancia y la Adolescencia”, dentro de los Tribunales de Instancia.
Más allá de que podamos ver implementadas todas estas medidas, para lo que siempre hace falta una importante dotación económica, creo que les debemos a los niños, especialmente a las víctimas de violencia sexual, implantar en toda España el sistema Barnahus o “Casa de los niños”.
Este fantástico sistema, originario de Islandia, está pensado para que los menores que han sido víctimas no tengan que desplazarse a declarar a juzgados, comisarias o centros médicos.
En esa Casa estarán todos los profesionales que intervienen en el proceso judicial y la declaración que preste allí el menor (que será grabada) tendrá, en el juicio, valor de prueba preconstituida.
¡Hasta la siguiente columna, querido adulto responsable!