

Lecciones de nuestros menores
Querido lector: los menores nos dan lecciones, y pueden no dejar de sorprendernos. Pero para ello debemos prestarles la debida atención.
Y esto no es algo novedoso, ya nos los advertía Séneca: “Escucha aún a los pequeños, porque nada es despreciable en ellos”.
Cuando mi hijo tenía 12 años le propuse ir al cine a ver la película Del revés 2. La primera entrega le había encantado. En ella se trataban las emociones de una niña de 11 años. En la segunda, esa niña ya se había convertido en una adolescente. A mi hijo le pareció una idea bárbara y me hizo saber que en esta nueva película aparecía una nueva emoción: la ansiedad. A lo que añadió que lo realmente interesante sería que pudiesen hacer una tercera en la que pudiésemos ver las emociones de la niña convertida ya en adulta.
Ante tal afirmación le pregunté que cuáles creía él que serían esas emociones propias de los adultos y su respuesta no me pudo dejar indiferente: “Creo que saldrían muchas emociones, mamá, pero las que seguro no faltarían serían el estrés y la culpabilidad”.
Aquellas palabras me hicieron parar en seco y reflexionar.
No quiero que su concepción de un adulto sea esa, no quiero ser ese ejemplo. Quiero inculcarle el valor del esfuerzo en el trabajo y el espíritu de superación ante cualquier reto, pero sin que asuma que eso llevará aparejado vivir estresado y con sentimiento de culpabilidad por sentir que puedo estar desatendiendo a lo más importante que tengo y tendré en la vida: él.
Y esto no quiere decir que vaya a descuidar mi trabajo, sino que, en la medida de mis posibilidades, voy a intentar respetar los espacios que me permitan disfrutar de su compañía, prestándole toda mi atención; sin estar compartiendo esos momentos únicos, que no volverán, con distracciones de llamadas o pantallas, que me impedirían escuchar lecciones como aquélla.
Vayamos más despacio, sin tantas prisas. Es importante
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!
Y esto no es algo novedoso, ya nos los advertía Séneca: “Escucha aún a los pequeños, porque nada es despreciable en ellos”.
Cuando mi hijo tenía 12 años le propuse ir al cine a ver la película Del revés 2. La primera entrega le había encantado. En ella se trataban las emociones de una niña de 11 años. En la segunda, esa niña ya se había convertido en una adolescente. A mi hijo le pareció una idea bárbara y me hizo saber que en esta nueva película aparecía una nueva emoción: la ansiedad. A lo que añadió que lo realmente interesante sería que pudiesen hacer una tercera en la que pudiésemos ver las emociones de la niña convertida ya en adulta.
Ante tal afirmación le pregunté que cuáles creía él que serían esas emociones propias de los adultos y su respuesta no me pudo dejar indiferente: “Creo que saldrían muchas emociones, mamá, pero las que seguro no faltarían serían el estrés y la culpabilidad”.
Aquellas palabras me hicieron parar en seco y reflexionar.
No quiero que su concepción de un adulto sea esa, no quiero ser ese ejemplo. Quiero inculcarle el valor del esfuerzo en el trabajo y el espíritu de superación ante cualquier reto, pero sin que asuma que eso llevará aparejado vivir estresado y con sentimiento de culpabilidad por sentir que puedo estar desatendiendo a lo más importante que tengo y tendré en la vida: él.
Y esto no quiere decir que vaya a descuidar mi trabajo, sino que, en la medida de mis posibilidades, voy a intentar respetar los espacios que me permitan disfrutar de su compañía, prestándole toda mi atención; sin estar compartiendo esos momentos únicos, que no volverán, con distracciones de llamadas o pantallas, que me impedirían escuchar lecciones como aquélla.
Vayamos más despacio, sin tantas prisas. Es importante
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!